Al contrataque

La eutanasia intelectual

Casi nadie tiene la dignidad de practicar la eutanasia intelectual. Es terrible no saber dejar a las cosas (o a las personas) a tiempo. Delibes y Bergman lo hicieron

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MILENA BUSQUETS

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Yo creo que en cuanto sabes lo que va a decir o lo que va a opinar un columnista sólo con leer el título de su crónica, sin necesidad de leer el artículo, entonces es que el columnista está acabado. Nadie tiene infinitas cosas que decir ni infinitas cosas que hacer, la mayoría tenemos, con suerte, tres o cuatro. Las repetimos y las rehacemos unas cuantas veces, con la esperanza estúpida de pulirlas, de decirlas o de hacerlas mejor o menos mal (cuando en realidad la primera vez suele ser la buena), pero tal vez estaría bien, un día, ser capaces de mirarnos al espejo y de declarar: «Ya he dicho todo lo que tenía que decir, a partir de ahora me quedaré calladito y me dedicaré a aprender alemán y a releer los títulos que me hicieron feliz». O «Ya he dicho todo lo que tenía que decir, a partir de ahora intentaré volver a enamorarme hasta las huesos una última vez y traduciré el trabajo de otros». O «Lo que tenía que decir, importante o no, poco o mucho, comprendido por una mayoría o solo por unos pocos, ya lo he dicho».

DELIBES Y BERGMAN

Todo el mundo está a favor de la eutanasia médica, pero de la eutanasia intelectual nadie habla. Y casi nadie tiene la dignidad de practicarla.

Es terrible no saber dejar a las cosas (o a las personas) a tiempo. El gigante Delibes lo hizo. También Bergman, después de 'Fanny y Alexander', dijo que ya estaba muy cansado y viejo para hacer más cine (es cierto que luego hizo algunos telefilmes geniales y la gran 'Saraband', pero fue grabada en video y es casi una obra de teatro).

La grandeza de Bergman también cuando le dieron el Oscar honorífico y se disculpó por no ir a recogerlo alegando que desde la muerte de su esposa estaba triste y no tenía ganas de hacer nada. O de Woody Allen que dice que no va a los Oscar porque justo ese día tiene concierto con su banda de jazz. O de Dylan, que dice que «si puede» (o sea, si no tiene nada más interesante que hacer, si no tiene una cita con una mujer, si no está escribiendo, si no está en su gira interminable, etcétera) irá a recoger el Nobel.

Nunca entiendo lo que Bergman quiere decir hasta el último fotograma de la película y Allen me sorprende cada vez: no sé si se ha dicho, pero su última película no es más que un alegato algo melancólico a favor del matrimonio de conveniencia, de casarse con un hombre rico y poderoso, de no elegir al tío que lo tiene todo por hacer y que tal vez se amargue por el camino, sino de elegir el dinero. No sé si estoy de a acuerdo con Allen (creo que no, y eso que soy romántica en todo menos en el amor), pero lo que dice me interesa.

Tal vez la primera cosa que tengamos que aprender a dejar sea a nosotros mismos. El resto es silencio. ¿No?