La dimensión exterior de las elecciones de EEUU
Un Oriente Próximo en llamas aguarda al nuevo presidente
La región es hoy totalmente distinta de cómo era cuando Obama accedió a la Casa Blanca
Eugenio García Gascón
Periodista
EUGENIO GARCÍA GASCÓN
Para una región como Oriente Próximo, que en los últimos años se ha deteriorado grave y velozmente, Hillary Clinton y Donald Trump representan cosas muy distintas. A Clinton se la ve como la candidata de la continuidad, mientras que Trump significa lo desconocido. En cualquier caso, quien gane el 8 de noviembre se encontrará con una región en llamas y totalmente distinta de la que Barack Obama heredó cuando accedió a la Casa Blanca.
La ocupación israelí, central en la región durante décadas, ha pasado a segundo término como consecuencia de otras pesadillas enormes y complejas. El primer ministro Binyamin Netanyahu estos días está muy preocupado con lo que pueda hacer Obama entre el 9 de noviembre y el 20 de enero, pero la capacidad de maniobra de la Casa Blanca es escasa. El único riesgo para Israel es que Obama haya alcanzado un acuerdo secreto con Clinton para volcarse en la campaña tal como lo está haciendo, algo que carece de precedentes en la historia de Estados Unidos, a cambio de que Clinton le haya prometido resolver el conflicto. Eso es lo que más teme Netanyahu.
EL PACTO NUCLEAR CON IRÁN, EN RIESGO
Uno de los escasos legados de Obama es el acuerdo nuclear con Teherán, un compromiso que pretende ser de largo alcance pero que puede zozobrar tras las elecciones. A causa de este acuerdo, la presión que ha soportado Obama ha sido descomunal, tanto de Israel como de los países árabes moderados. Netanyahu incluso visitó el Congreso y fue aplaudido a rabiar por los congresistas. Los saudís están en la misma línea, y de hecho se han coligado con Netanyahu para aplastar el resurgir chií que estimula Teherán.
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Esta unión entre Israel y Arabia Saudí ha sido uno de los grandes cambios del mandato de Obama. Los dos países ven a Irán como la mayor amenaza para su dominio de la región, y probablemente a la inversa. Tanto Clinton como Trump han hecho algunas declaraciones contra Teherán pero no está claro qué actitud adoptarán después del 8 de noviembre. Saudís e israelís están apoyando, incluso con asistencia militar donde corresponde, a los grupos sunís que combaten a los chiís en Siria, Yemen, Líbano y Bahrein. Se da la circunstancia de que esos grupos chiís defienden ideas progresistas, mientras que los sunís apoyados por Arabia Saudí e Israel defienden ideas reaccionarias.
UNA FRAGMENTACIÓN TERRIBLE
Durante su mandato, Obama ha mantenido la enorme presencia militar americana en la región, pero por lo general se ha lavado las manos en cuestiones políticas. Es muy posible que este planteamiento continúe con Clinton o Trump. El resultado es que tenemos una fragmentación terrible. A esos problemas hay que añadir la precaria situación de Egipto, donde no está claro si el presidente Abdel Fatah al Sisi podrá mantenerse durante mucho tiempo. En cuanto a Irak, el país está destrozado, y lo mismo ocurre con Siria, donde la alianza occidental aspira a proclamar alegremente una democracia liberal por decreto ignorando las condiciones históricas y religiosas del país.
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