La carrera a la Casa Blanca

Por qué odian a Hillary Clinton

El odio que ha concitado a lo largo de su actividad pública no ha frenado a la candidata demócrata y la ha curtido hasta llevarla a acariciar la presidencia

Hillary Clinton

Hillary Clinton / periodico

JORDI GRAUPERA

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Del mismo modo que tener manía persecutoria es compatible con que te persigan, también es posible que el odio a Hillary Clinton sea irracional y que al mismo tiempo haya motivos para encontrarla odiosa. En ambos casos, una cosa puede no tener nada que ver con la otra.

Es plausible, como dicen sus defensores, que parte del odio se deba a que es una mujer que desde los años 80 se ha mostrado en la esfera pública como independiente, fuerte de carácter y ambiciosa, y que eso haya enervado a machistas y conservadores. También es plausible que desde muy joven, como dicen sus detractores, haya mostrado la clase de superioridad moral de quien juzga a los adversarios con un estándar de oro y a uno mismo con uno de latón, y que eso haya enervado a la buena gente que mira de salir adelante pagando las consecuencias de sus imperfecciones, la clase de gente cuyos valores y tradiciones ha despreciado como si el mundo hubiera empezado con ella y sus ganas de cambiarlo.

VIRTUDES QUE SOLAPAN EL CARISMA

Es perfectamente aceptable, como dicen sus fans, que las virtudes de su trayectoria, desde el activismo asistencial de la adolescencia, en el movimiento cristiano metodista de las afueras de Chicago, pasando por la conversión desde el conservadurismo compasivo al progresismo de los derechos civiles cuando estaba en la universidad, incluyendo el compromiso social con los niños de su época en Yale o de los primeros años después de salir de la facultad de Derecho, cuando prefirió irse a Arkansas con su reciente marido, Bill, antes que buscar un contrato repleto de dólares en un bufete de Nueva York o una carrera en Washington, rebosante de vanidades --ambas cosas perfectamente normales con su currículo--, hasta llegar a la implicación en políticas concretas, especialmente en sanidad, como primera dama del estado de Arkansas en los años 80 y después como primera dama de EEUU durante los 90, que todas estas virtudes, en fin, dibujen la clase de carácter centrado en el detalle, el estudio y la política específica y aburrida, e ignoren el carisma, la visión, la capacidad retórica de hacer imaginar el futuro que tienen tanto su marido como Obama, y que eso haya provocado el tipo de odio que reservamos a los repelentes, a los sabiondos Hermione Granger de nuestra vida. Podría ser.

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También podría ser que a lo largo de esta trayectoria Hillary Clinton hubiera demostrado que su prioridad es el poder, como dicen sus enemigos, y que no le ha importado hacer uso de la debilidad de ciertas capas sociales del país para construirse un perfil según soplaba el viento y le convenía más --ahora conservadora, ahora progresista, ahora de centro, ahora pragmática--, utilizando a la gente de su entorno y las ideas más destacadas de cada tiempo, gastando los ideales de quien realmente cree en el cambio, para hacerse pasar por quien no es y tratar de avanzar en su carrera, lo que explicaría por qué ha aguantado un matrimonio con un mujeriego con tendencia a abusar de su poder, dispuesto a bombardear un país remoto para desviar la atención del asunto con la becaria, o presionar hasta el silencio al que ha osado denunciarlo.

ESCRUTADA TODA LA VIDA

Sus admiradores dicen que es una mujer que ha atravesado el fuego de una prensa que lleva escrutándola vilmente, mintiendo sobre su vida, presentándola como una bruja durante 30 años, y que ha acabado por recluirse y construir un personaje público que necesariamente es frío y distante, desconfiado y prudente, y que así se ha alimentado la espiral de odio. Como tantas mujeres profesionales, vive rodeada de todos los fuegos y nada de lo que haga satisfará a nadie. O eso son excusas: quien la odia dice que se escuda en una supuesta privacidad porque es una esnob que desprecia a la prensa y quiere esconder la corrupción sistémica que ella y su marido han perpetrado de manera cada vez más desvergonzada, manipulando a todos aquellos que han tenido cerca y lejos, amenazando y haciendo un uso despiadado del poder, cobrando de dictadores y delincuentes y falseando un currículo que no pasa de ser una constelación de mentiras y desaciertos que han hecho de este mundo un lugar más inseguro y de EEUU un país más desigual, injusto y desvertebrado.

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Una cosa es cierta: el odio y la ambición han sido constantes. Hace 20 años, The New Yorker ya publicaba un reportaje de 20 páginas titulado Odiando a Hillary, donde se decía que su exceso de izquierdismo la perjudicaba. Hace unos meses, Slate publicó otro donde se decía que era el establishment y de derechas, para explicar el odio. Las encuestas dicen que, en los últimos 25 años, cada vez que ha tenido ambición por algo, o se ha presentado a las elecciones, su popularidad ha bajado en picado, pero que cuando ha gestionado o ha viajado por el mundo sin aparente propósito personal su popularidad ha llegado a rondar el 70%.

TODO MENTIRA O TODO VERDAD

El odio nunca la ha frenado, y la ha curtido hasta llevarla, si Putin y Wikileaks no lo evitan, a ganar la presidencia. Quizá si sus adversarios no hubieran sido un socialista encorvado y un misógino viscoso, fraudulento y protofascista, nunca habría tenido la presidencia a tiro. Quizá el odio a Clinton es el resumen de todos los odios que encaraman a Trump. Quizá Clinton es el resumen del establishment que ha dejado tirados a los que ahora buscan en el trumpismo una salvación desesperada. Quizá sus defectos son las virtudes de Maquiavelo. Quizá solo su constancia podía romper el techo de cristal, y odio y virtud son las dos caras de la misma moneda. Quizá todo en ella es mentira y, a la vez, todo es verdad.