Los deasafíos del urbanismo

Naturalidad y artificialidad

En las grandes ciudades la vegetación ha de estar bien presente pero nunca afectando los puntos neurálgicos de la estructura urbana

MUCHO espacio. Pese a su aparente aspecto de colmena, Bellvitge cuenta con amplias zonas verdes y parques. Cada bloque está situado a 40 metros de distancia del otro.

MUCHO espacio. Pese a su aparente aspecto de colmena, Bellvitge cuenta con amplias zonas verdes y parques. Cada bloque está situado a 40 metros de distancia del otro.

JOSEP OLIVA CASAS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El planeta se formó hace unos 4.500 millones de años y podemos tomar aquel momento como referencia de su estado natural. Después se ha ido modificando. Se trata de variaciones asociadas a la acción del clima mediante el agua, el viento y la electricidad (relámpagos), incluida la erosión, los movimientos tectónicos y también el impacto de un asteroide o de un cometa. Parece que el agua pudo provenir del exterior. Bien, es el bloque de los agentes inanimados del cambio.

La aparición de la vegetación, ya ocasionó variaciones en la Tierra. Posteriormente, al surgir el reino animal (¿llegaron del exterior moléculas orgánicas?) entraron en juego necesidades ligadas al sistema de vida y a los desplazamientos pero la repercusión sobre la superficie terrestre todavía debía ser relativamente débil. Mas adelante, la evolución hizo posible la emergencia del género humano y su nivel de inteligencia permitió poder influir en el aspecto del planeta.

La agricultura ya supuso entrar en una fase más avanzada de este proceso en el que también se construyeron pequeños establecimientos precarios para vivir cortas temporadas. Finalmente, hace unos 4.000 años surgieron las primeras ciudades en Mesopotamia en la confluencia de los ríos Eufrates y Tigris. Este fue el momento culminante de la verdadera introducción de la artificialidad en el planeta por parte de la raza humana y representa la incorporación de un valor inédito que es el urbano con el grado de complejidad que contiene.

En la artificialidad también hay que mencionar los efectos de la revolución industrial que comportó la fabricación de máquinas con el  precedente de los útiles rudimentarios de la etapa anterior. En relación a los robots, el tema nos puede llevar muy lejos hasta llegar a una sofisticación extrema. Este segundo bloque es el dominio de los seres, especialmente los humanos. Al margen de esto, vivimos muchos miles de años en un ambiente prácticamente natural que nos ha marcado al introducirse en nuestra mente un atavismo que, inevitablemente, nos une a la naturaleza y del cual no nos podemos desembarazar fácilmente.

En el campo del urbanismo hay que tener, pues, presente, dos cuestiones: primera, la ciudad es el lugar de la artificialidad y, segunda, arrastramos un vínculo muy estrecho con el ambiente natural. Insisto, no hemos de olvidar estos dos hechos. Añado que las ciudades históricas, a causa de su dimensión discreta, eran la manifestación de la máxima artificialidad al estar exentas de vegetación en el espacio público. En el fondo, sin embargo, conjugaban los dos conceptos porque el campo estaba muy al alcance de los ciudadanos. Es lo que pasa también en los pueblos y en las pequeñas ciudades.

CRECIMIENTO DE LA CIUDAD

Esta situación se complica cuando la ciudad crece exponencialmente en superficie ocupada y en densidad sobre todo teniendo en cuenta que el futuro se encamina hacia ciudades muy grandes. Es en estas ciudades donde se han de introducir elementos de naturalidad. Me refiero a la implantación de un completo sistema de parques, empezando por calles arboladas, continuando por parques a nivel de barrio y también de ciudad entera y, finalmente, grandes parques en el interior de las áreas metropolitanas.

Ha de quedar claro que en las grandes ciudades han de prevalecer los valores urbanos y la vegetación ha de estar bien presente pero nunca afectando los puntos neurálgicos de la estructura urbana. La preeminencia ha de recaer en la artificialidad. No siempre se tiene en cuenta por parte de ciertos ecologistas que adoptan posturas radicales. Los dos ambientes tan diferenciados (es aquello de ciudad/campo) han de mantener cada uno su identidad pero en el interior de la primera siempre ha de haber dosis de vegetación que suavicen la dureza inherente a la artificialidad.

EQUILIBRIO

De hecho, estamos delante de dos características que han de convivir equilibradamente en el interior de la ciudad pero que son contradictorias, de manera que el problema surge en el momento en que se altera la proporción de cada componente sea por déficit de vegetación que ocasiona una dureza excesiva o por superávit que desvirtúa la artificialidad de la ciudad. En este marco, fluyen dos consideraciones: los humanos tenemos el derecho a tener un hábitat digno y, por lo tanto, a construir ciudades  y, segunda, los humanos tenemos el deber de respetar el planeta y reequilibrar la biosfera y así asegurar un futuro estable. No somos los amos del mundo, simplemente somos unos inquilinos.

Conectado con la sostenibilidad del planeta, tal vez se tendrían que replantear diversos temas como la construcción de viviendas unifamiliares, poner freno a les ciudades gigantescas o frenar la explosión demográfica.