Al contrataque

Hechos histéricos

Simpatizantes de Pedro Sánchez, ante la sede del PSOE de la calle de Ferraz, con pancartas apoyando a su líder.

Simpatizantes de Pedro Sánchez, ante la sede del PSOE de la calle de Ferraz, con pancartas apoyando a su líder.

JORDI ÉVOLE

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Cuando te pilla una semana como esta lejos de España puedes pensar que te estás perdiendo algo grande, histórico, tan dados como somos los periodistas a colocarle ese adjetivo a cualquier hecho relevante. Aunque este no cabe duda que lo parece. Histórico o histérico, no lo tengo claro. Y al haberme pillado lejos pues tampoco sé muy bien si estoy en condiciones de escribir con conocimiento de causa. No he estado en la puerta de<strong> Ferraz</strong>, ni he visto ni escuchado nada en directo, ni una triste rueda de prensa sin preguntas, ni una entrevista de algún exministro, ni una declaración de algún barón (Dandy, supongo). Nada. Algunos tuits sueltos y poco más.

Y a pesar de que soy un enfermo de la información, hubo un momento en que me alegré de estar lejos, desconectado. Porque si hubiese estado cerca y conectado creo que hubiese caído en la tentación de muchos colegas que, según leí (fíate tu también de lo que lees pero no ves), decidieron informar de lo que pasaba pero con la camiseta de uno de los equipos puesta. ¿Quién me asegura que yo no lo hubiese hecho si hubiese estado al pie del cañón? Nadie. Los periodistas nos estamos guiando más por nuestras pasiones (o por nuestros intereses o, mejor todavía, por los intereses de nuestras empresas) que por el deber de informar sin aditivos. Además tengo la sensación de que eso mola. Y si los lectores, los oyentes o los espectadores lo consumen, ese periodismo con altas dosis de opinión ha llegado para quedarse. Y que conste: ese periodismo no se ha inventado esta semana. Llevamos años, décadas, contruyéndolo. Cada uno desde nuestra trinchera. Unos desde trincheras poderosas y otros desde trincheras más modestas, pero trincheras al fin y al cabo.

Por eso, tras todo lo sucedido esta semana, solo quiero acordarme de los miles de socialistas que deben haber contemplado el espectáculo entre atónitos, tristes y abochornados. Soy de Cornellà, tradicional granero de voto socialista. He conocido a muchos militantes de base, de los que elección tras elección se ponían su pegatina para hacer de interventores en las mesas, de los que se montaban en autobuses para llenar el Palau Sant Jordi cuando el cartel lo encabezaban Pasqual Maragall y Felipe González, incluso Zapatero. Personas que nunca tendrán un hueco en un Comité Federal, que nunca irán a la puerta de Ferraz a aplaudir ni a abuchear a nadie, pero que han vivido ese partido con pasión, que han estado a las verdes y a las maduras. A esa gente se lo han puesto muy difícil. ¿Con qué ganas irán la próxima campaña al mitin que les montarán en el pabellón de Sant Ildefons, donde igual hasta interviene Susana Díaz? ¿Cómo van a volver a creer en sus dirigentes? ¿Con qué se van a volver a ilusionar? El PSOE ya lo tenía muy difícil antes de <b>Pedro Sánchez</b>, pero ahora se lo han puesto muy complicado hasta a los más inquebrantables.

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