Croacia, un país sin culpables

RAMÓN LOBO

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Gospic, un hermoso pueblo croata de la región de Lika, tenía 9.000 habitantes, 40% de ellos serbios, antes de la guerra de 1991, la segunda de las cuatro que aniquilaron Yugoslavia. Es un símbolo de lo que pasó en Krajina (expulsión de 200.000 serbios) y de lo que sucede en Croacia, un país sin culpables. Para los nacionalistas, que lo son casi todos, no hubo errores en la Domovinski Rat (guerra de la patria). Todo estaba justificado por la independencia. Al ser una causa justa, desparecen los crímenes y las matanzas, solo hay accidentes, daños colaterales.

Tuvieron suerte los croatas de Franjo Tudjman, impulsor de la independencia, primer presidente y padre de la patria, de que el serbio Slobodan Milosevic se llevara los peores titulares en la prensa internacional, que los merecía. Cargó con las culpas de las masacres. Sus serbios de Bosnia-Herzegovina fueron responsables del cerco de Sarajevo (10.000 muertos en 44 meses) y de la matanza de más de 8.000 varones musulmanes en Srebrenica. Tuvo incluso suerte Tudjman de morirse pronto (1999), lo mismo que Gojko Susak (1998), su ministro de Defensa. Ambos hicieron méritos para acabar en La Haya.

Conocí en Belgrado a un psiquiatra serbio experto en trauma colectivo. Decía que la perdida de Kosovo llevaría a Serbia a tocar fondo y desde él podría enfrentarse a lo ocurrido, asumir culpas y avanzar en un proceso de reconocimiento del Otro. Es un camino largo y complejo. Se necesitan referentes sociales valientes, y pedagogía. En Croacia, decía el psiquiatra, no hay aceptación de culpa entre los dirigentes y en gran parte de la ciudadanía. Solo se da en una minoría de intelectuales. Slavenka Drakulic, que vive en un semiexilio entre Estocolmo y Zagreb, es una bandera de honestidad.

SIN ACUERDOS

Croacia celebra hoy las segundas elecciones legislativas en menos de un año. Igual que en España, sus partidos políticos no logran acuerdos para formar un gobierno estable y sus votantes parecen empeñados en votar lo mismo. Al menos, la muy conservadora Unión Democrática Croata (HDZ), creada por Tudjman, cambió de líder; en lugar de Tomislav Karamarko, un hombre tóxico empeñado en remover la mierda del pasado, pero sin limpiarla, presenta a Andrej Plenkovic, más preocupado en la economía, perdón, por vender cuentos sobre la recuperación económica.

Los socialdemócratas mantienen como candidato a Zoran Milanovic, que ya ha sido primer ministro. Su gestión económica al frente del Gobierno fue un desastre. Es su principal rémora. También lo es su especialidad en meterse en jardines. El último ha sido comparar al Gobierno de Serbia con los colaboradores nazis de la segunda guerra mundial y afirmar que Bosnia-Herzegovina está repleta de villanos. Milanovic es un populista que podría ser el líder de los conservadores del HDZ.

La rémora del HDZ es la corrupción y anda peor aún en calidad de memoria histórica. No se esconde en disimular sus simpatías. El último Gobierno, que duró cinco meses, nombró ministro de Cultura a Zlatko Hasanbegovic, un presunto historiador que es un propagandista de las bondades de los fascistas croatas.

Los nacionalistas croatas se sienten cómodos con el Estado ustasha de Ante Pavelic, un títere de Hitler y de las SS. Pavelic fue un asesino en serie cuya crueldad la parecía excesiva a los nazis (lean 'Kaputt' de Curzio Malaparte, busquen datos de Jasenovac).

DIFÍCIL RECONCILIACIÓN

Están tan atrancados en esa época, que sienten como un precedente justificable de la independencia, que aún no debaten sobre los crímenes cometidos en los años noventa. Es difícil que esta Croacia impulse la reconciliación. Se perdió la gran oportunidad hace tres años, antes de la incorporación a la UE. Son los protegidos de Alemania.

Se supone que los socialdemócratas conectan mejor con el ADN antifacista de los partisanos de Tito mientras que el HDZ hereda emocionalmente el bando ustasha. La división no es tan rotunda dentro de la sociedad. El propio Milanovic no disimula el orgullo de que su abuelo fuese un fascista de Pavlic.

Entre el 16 y el 18 de octubre de 1991, miembros de 118 Brigada de Infantería de la Guardia Nacional Croata se llevaron a los serbios que aún no habían huido de Gospic. Se cree que mataron entre 100 y 120; después intentaron hacer desaparecer los cuerpos. La Haya tardó en investigar un crimen que había permanecido silenciado. La importancia simbólica de Gospic, lo que nos informa del clima político actual, está en la reacción de los habitantes croatas ante la matanza. No se opusieron, no mediaron para evitarla. Tras la eliminación de sus vecinos serbios, con los que habían convivido y celebrado fiestas, entraron en sus  casas y les robaron las televisiones, los sofás, las lámparas, todo. Los asesinos llegaron de Zagreb, pero los culpables siguen en Gospic.

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