Raro, raro, raro

Lo que está pasando en la política española, preparándose para unas terceras elecciones, es raro. Que Pedro Sánchez se resista a aceptar que la abstención no implica manifestar ninguna confianza en el PP sino la aceptación de su grandioso fracaso electoral parece poco razonable por muy fundada que sea la crítica al Gobierno de derechas. Debería hablar con Miquel Iceta para que le cuente la confianza que tenía el PSC en Artur Mas cuando permitió su investidura. Tampoco es normal el subidón patriótico propio de hooligans en el  hemiciclo cuando Rajoy se emociona al hablar de la unidad nacional de España, como si fuera una verdad revelada o un destino predeterminado desde la noche de los tiempos y no una construcción histórica moderna de fundamentos discutibles.

Lo de la política catalana también es raro. No puede ser que solo la gente de la CUP huela la contradicción de nuestro honorable al animar a la presidenta y a la Mesa del Parlament a pisar la línea de la desobediencia, elogiando su valentía por practicar la doctrina oficial de JxS, y luego ofrecer los votos de su partido en el Congreso a quien prometa un referéndum, se supone que legal de la legalidad vigente. Tal vez la bofetada que quiso dar a Rajoy dejará marca en la cara de Forcadell y en la de los más crédulos.

Todo es tan maravillosamente fácil de vender a los propios, que el teniente de alcalde barcelonés Jaume Asens acaba de proponer la celebración en un mismo día del referéndum (no el que pide el president a los candidatos a la Moncloa, sino el otro, el desobediente) y las elecciones constituyentes. Además de preocuparnos por la falta de respeto por los tiempos de decisión democrática que esto supondría, habrá que pensar qué se podría hacer con un Parlament constituyente si ganara el no a la independencia. Nada de todo esto es excesivamente grave porque se supone que es pasajero, pero ¿y si no lo es y nos convertimos en un país de países raro, raro, raro?