Análisis
¿Queremos evitar más Aylans?
El primer y más urgente reto es hacer real el derecho de asilo de quienes llegan a Europa huyendo de la violencia
Jordi Armadans
Director de Fundació per la Pau (Fundipau), periodista y politólogo.
Director de Fundació per la Pau (Fundipau), periodista y politólogo.
JORDI ARMADANS
Hace un año nos dejaba Aylan. Aunque, de hecho, nos empezó a dejar durante los cuatro años en que ignoramos, con total indiferencia, la guerra de Siria.
La imagen del Aylan, un niño pequeño y frágil muerto en la playa, nos golpeó a todos. Por cosas que no dejan de ser un misterio, muchas muertes ignoradas después Aylan hizo abrir los ojos a mucha gente: sobre la barbarie de la guerra, el drama de los refugiados y las penosas condiciones en que debían hacer el viaje en busca de paz. Incluso vimos a jefes de Gobierno (que escasos días antes habían hecho declaraciones profundamente insolidarias) lamentando su muerte y clamando que había que hacer algo.
Sin duda, Aylan catalizó una cierta reacción ciudadana, social e institucional. Pero, un año más tarde, las cosas han ido a peor. Durante el año 2015, más de un millón de personas intentaron cruzar el Mediterráneo para conseguir un estatuto de asilo. Más de 3.700 murieron en el intento. En lo que llevamos de 2016 ya se ha superado la cifra de 3.000 muertos.
Europa, en tanto que instituciones comunitarias, ha hecho muy poca cosa, y cada vez más penosa: de un tímido pacto de reasentamiento interno de los refugiados llegados al continente, a un inconcebible acuerdo de reenvío a Turquía. Los estados europeos, aún peor: regateando al máximo e incumpliendo totalmente el acuerdo de reasentamiento.
Durante el último año, la ola de racismo, insolidaridad y desprecio hacia los inmigrantes y refugiados se ha expandido con fuerza. Si no somos capaces de pararla, Europa, dentro de un año, dará mucho miedo.
Tenemos, por tanto, un primer y urgente reto: hacer viable y real el derecho de asilo. Que no es ningún lujo. La gente que huye de la violencia y la persecución no lo hace por placer, lo hace por necesidad, para tratar de sobrevivir. Como lo tuvieron que hacer muchos de nuestros abuelos y padres durante la guerra del 36.
Pero no es suficiente, hay un segundo reto, importantísimo y fundamental: quien huye (de Siria, Afganistán, Somalia, Sudán, etcétera) lo hace de la guerra, la violencia, la persecución, la tortura. Tomárnoslo en serio es la mejor manera de evitar el sufrimiento y el miedo de mucha gente hoy, que es la antesala de las oleadas de refugiados de mañana.
En cinco años, la cifra de refugiados se ha incrementado en 22,8 millones de personas, alcanzando una cifra total nunca antes registrada: 65.300.000. No es extraño: en el plazo de diez años, los conflictos armados han crecido un 66% y el comercio de armas global se ha incrementado un 14%. Prevenir los conflictos armados, y abordarlos cuando estallan; promover y garantizar los derechos humanos en lugar de limitarlos; dejar de favorecer regímenes corruptos de los que, a cambio de gestionar nuestros intereses, ignoramos las barbaridades internas y regionales que cometen; poner freno y controlar el comercio incesante y mortífero de armas, etcétera, son algunas cosas que hay que hacer si queremos, de verdad, evitar más Aylans.
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