Al contrataque

Ya no tenemos que hablar

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MILENA BUSQUETS

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Durante muchos años, de hecho durante todos los años que recuerdo antes de la era Whatsapp, una de las frases más temidas entre parejas era «tenemos que hablar».

En la prehistoria, cuando un hombre (o una mujer) te decía «tenemos que hablar», podías echarte a temblar. La fatídica frase significaba que algo no iba bien, que te iban a dar un toque de atención o que, muy probablemente, te iban a dar puerta.

Pues bien, al parecer eso ya no se lleva. Ya no tenemos que hablar. Mis amigas más jóvenes y mis amigos más caraduras afirman no haber utilizado jamás esa frase. Ahora dicen adiós por Whatsapp y a otra cosa, mariposa.

Es posible que yo sea un poco carca y anticuada, pero, francamente, prefería lo de antes. El bar, las dudas sobre si pedir un café o algo más fuerte, el quién habla primero, la estocada, el intento (vano) de darla infligiendo el menor dolor posible y de recibirla con la mayor dignidad, la tentativa de alargar la reunión para intentar arreglar las cosas o para acabar lo más borracho posible, las ganas de salir corriendo dando saltos de alegría por haberte sacado de encima a un plomo o las ganas de tirarte por el balcón, el portazo al llegar a casa, y la pena, el pánico o el alivio.

Pero, por lo visto, en las vidas paralelas que nos hemos acostumbrado a vivir Whatsapp se ha convertido en un método cómodo y aceptable no solo para iniciar y cultivar una relación, sino también para romperla. Los norteamericanos, que siempre nos llevan ventaja en estos asuntos tecnológico-sentimentales, han inventado el término ghosting, que es cuando alguien con quien has salido o crees que sales, de repente empieza a ignorarte en las redes sociales como si te hubieses convertido en un fantasma (ghost en inglés significa fantasma).

Despedida con honores

La cuestión es que sí tenemos que hablar. Mi primo Pablo, que es más joven y más caradura que yo, siempre dice que odia ir a los funerales y que no quiere ir a ninguno más. Y yo siempre le contesto que a nadie le gustan los funerales pero que a pesar de eso la gente va, por deber, por respeto al muerto y a la familia, por misericordia, porque es lo correcto. Pues lo mismo con el funeral de una relación. Se va no porque te apetezca, no porque sea fácil o agradable, se asiste por decencia, por honor, por respeto a tu propia historia.

Incluso yo, que soy bastante enamoradiza, considero que el cadáver de una relación debe ser despedido con todos los honores, o al menos con un gintónic. Nadie a quien le hayas dicho «te quiero» mirándole a los ojos merece que le digas «ya no te quiero» de otro modo que no sea mirándole a los ojos con la misma certeza, miedo y valentía.

Tenemos que hablar.