ANÁLISIS

Cambios sigilosos

Las mejoras en la higiene personal han afectado a la calidad de vida y a la demografía humanas

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RAMON FOLCH

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Frankie and Johnny es una canción popular norteamericana, una obra de teatro off-Broadway y un filme del recién fallecido Garry Marshall protagonizado por Al Pacino y Michelle Pfeiffer. La película termina con los protagonistas lavándose los dientes, él con un cepillo nuevo elegido entre los diversos envasados que ella tenía en su aseo. Es una producción de 1991, pero ya entonces era normal que la gente se lavara los dientes después de cada comida y que tuviera en casa cepillos nuevos de recambio. Cuando yo era niño, hace 60 años, todo ello habría sido una rareza.

Los primeros cepillos dentales son del siglo XVI, pero su uso no se popularizó hasta el XIX. Eran de pelo de caballo o cerdo (sus fibras aún se llaman cerdas); luego se hicieron con fibras vegetales o sintéticas. En todo caso, tenían pocos usuarios, la mayoría prefería el mondadientes. En el África subsahariana y en Oriente Próximo, aún hoy es corriente que la gente ande mordisqueando un palillo de aday que, al deshilacharse, se convierte en una especie de cepillo que, además, contiene sustancias bactericidas y flúor. El aday es un árbol científicamente llamado Salvadora persica, dedicado por Carl Linné a Jaume Salvador, botánico catalán que vivió entre los siglos XVII y XVIII.

Los dentistas demuestran que es necesario lavarse los dientes para combatir con cierta eficacia la placa bacteriana. Pero los humanos no hemos tomado esta precaución durante el 99,9% de nuestra historia, por eso los cementerios rebosan de dientes cariados. O de dientes ausentes. Cepillárselos tres veces al día y cada vez durante un par de minutos es algo muy moderno. Años atrás, con una vez al día pasábamos. Y nada de colutorios o hilos dentales. El hilo dental, aunque conocido desde la antigüedad clásica (era de seda, de ahí que se llame también seda dental), no se popularizó hasta que lo reinventó, en 1815, un dentista de Nueva Orleans llamado Levi Spear Parmly. Los egipcios ya se lavaban los dientes con una mezcla de piedra pómez, sal, mirra y pimienta, pero la pasta dentífrica propiamente dicha es bastante moderna, yo todavía me he hartado de lavarme los dientes con bicarbonato o perborato sódico. El primer colutorio dental fue elaborado en el siglo XVII por el holandés Anton van Leeuwenhoek, padre de la microbiología y también inventor del microscopio, pero no llevaba clorhexidina o permethol, como los modernos introducidos hace medio siglo por el odontólogo noruego Harald Löe, sino vinagre y brandy: hemos salido perdiendo...

No somos lo bastante conscientes de la gran trascendencia del reciente cambio en los hábitos higiénicos y, en todo caso, no nos percatamos de la rapidez y discreción con que se ha producido. Muchas cosas importantes han cambiado sigilosamente en los últimos decenios, más allá de la espectacular irrupción de la electrónica o de la informática. Pensemos también en los pañuelos de papel o en el hábito de ducharse.

Guardarse los mocos en el bolsillo, aunque fuera en un delicado pañuelo de batista, nos parece hoy una grosería, pero lo hemos hecho educadamente por años y años. Durante la primera guerra mundial, la empresa tejana Kimberly-Clark suministró al Ejército algodón de celulosa para hacer máscaras antigás y vendas. Derivaron de ese producto toallitas de maquillaje que en 1924 dieron paso a pañuelos desechables con el nombre comercial de Kleneex, marca que se ha convertido en étimo: clínex significa hoy pañuelo de papel. En 1929, Kimberly-Clark empezó a cotizar en la bolsa de Nueva York, y de modesta industria papelera pasó a multinacional de la higiene...

En la Grecia clásica, algunos ya se duchaban. Hay representaciones sobre cerámica que lo demuestran, y en Pérgamo se han descubierto duchas colectivas. Los romanos también lo hacían. Pero la caída del Imperio conllevó la caída de la higiene europea durante más de un milenio... Muchos europeos usaban regaderas para mojarse y lavarse, pero la ducha moderna, con agua fría y caliente, no apareció hasta 1872, inventada por Merry Delabos, médico de la prisión de Ruán. En 1879, el Ejército prusiano instauró la ducha obligatoria para la tropa (supongo que con agua fría...). Con el siglo XX, la ducha privada entró en los hogares, casi siempre combinada con la bañera. Hoy hay en cada casa, a menudo vinculada a un plato y ya sin bañera. Es un elemento capital de la higiene diaria, pero muy pocos son conscientes de su discreta, reciente y decisiva irrupción.

Para los más jóvenes, la ducha es pura cotidianidad. Como el cepillo de dientes o los clínex. En realidad, se trata de benditas innovaciones. Innovaciones sigilosas que han tenido efectos demográficos colosales: limpios, vivimos más. Pensemos en ello cuando nos duchemos, aunque solo tomemos una ducha para combatir el calor...