El dictado de la bicicleta
El usuario de temporada del Bicing descubre que los más disciplinados son los automovilistas
Bernat Gasulla
Subdirector
BERNAT GASULLA
Son esas estadísticas que solo asoman la nariz en verano. Y una de esas estadísticas sostiene que las personas que se desplazan en bicicleta por la ciudad pesan de media cuatro kilos menos que las que utilizan el coche. Ese, debo admitirlo, fue uno de los motivos, pero no el único, de mi apuesta de movilidad para este agosto: desplazarme por Barcelona en Bicing siempre que el calor lo permita y los horarios laborales no lo impidan. Muchas supuestas ventajas pesaron en la decisión: un presunto ahorro, la necesidad de estirar las piernas y despejar la mente tras una jornada de trabajo y el exasperante estado de la L-4 del metro, atestada de playeros de día y fiesteros de noche y, además, con esa irritante pausa excesiva en las paradas.
La experiencia está siendo enriquecedora para un hasta ahora usuario esporádico del Bicing. El recorrido cotidiano da una perspectiva nueva de la gran ciudad y de sus vecinos.Una noche, por allá las 22.30, y en una estación del Eixample bastante alejada del litoral, la bici que el sistema informático me asignó tenía el asiento lleno de arena de playa. ¿Croqueta o ciclista? Acabará siendo verdad aquello de que 'las bicicletas son para el verano'. Este es solo un ejemplo del incivismo que detecta el neófito en el sector.
Pero el ciclista accidental descubre, además de la archisabida mala conservación de los vehículos del servicio municpal, muchas otras cosas: el lamentable estado del firme en numerosos tramos (circular en bici o moto por Pujades entre la rambla del Poblenou y Bilbao exige unos muy buenos amortiguadores) o el complicado enigma de los cruces entre carriles bici. Pero sobre todo, si uno conserva un mínimo de objetividad, siente cierta compasión por los sufridos automovilistas. Muchos ciclistas entienden los semáforos como meros indicadores del riesgo potencial de toparse con un coche. Numerosos peatones se lanzan a cruzar la calle como pollo sin cabeza. Solo respetan religiosamente las señales de circulación algunos automovilistas. Pobres. Cumplen (entiéndase que generalizo) con las normas, y encima engordarán cuatro kilos.
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