El turismo, ¿una maldición?

¿Qué hubiera pasado si hubiéramos tenido menos turismo? ¿Nos habríamos espabilado, económicamente hablando?

EL CALOR ABARROTA LAS PLAYAS DE BARCELONA_MEDIA_2

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MARÇAL SINTES

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Se suele hablar en economía de 'la maldición de las materias primas' para describir los efectos a menudo dramáticos que sobre países en desarrollo o de lo que antes se llamaba el Tercer Mundo ha causado su riqueza natural, sea petróleo, minerales preciosos o estratégicos, etcétera. Seguramente todos recuerdan, por ejemplo, el filme ambientado en Sierra Leona 'Diamantes de Sangre' ('Blood Diamond'), con Leonardo Di Caprio como protagonista.

Estas riquezas naturales han atraído a todo tipo de empresas, redes de traficantes y tipos delincuenciales que, movidos por la codicia, han acabado favoreciendo la corrupción, las dictaduras, la violencia, la miseria y el desmoronamiento institucional, impidiendo o abortando el progreso de aquellos países.

Me viene a la cabeza esta paradoja -la aparente bendición que de convierte en maldición- al contemplar las riadas de turistas que inundan Barcelona y otras ciudades, así como nuestras costas. Me pregunto -a sabiendas de que generalizar siempre es engañoso- hasta qué punto, el turismo, el turismo masivo que tenemos aquí se puede considerar una gran suerte o quizá no tanto.

EL BAÑO DE FRAGA

Admito que resulta probable que mi subconsciente asocie el turismo a Fraga bañándose paquidérmicamente en Palomares hace 50 años y a la propaganda franquista del estilo 'El turista un millón'. Un 'boom' del turismo, el de los años 60, que, por su parte, parodiaría magistralmente otro filme, 'El turismo es un gran invento', con Paco Martínez Soria, José Luis López Vázquez y Antonio Ozores.

Pero retomemos el hilo. El turismo, repito: el que aquí es mayoritario y del que tan contentos están normalmente gobiernos y ayuntamientos -y no digamos los empresarios del ramo-, tiene su origen, como los diamantes de Sierra Leona, en, básicamente, nuestro excelente clima -el sol- y nuestra situación geográfica- playas hermosas y próximas a países ricos. Nada que nos hayamos trabajado ni merecido. Un puro azar.

Esta 'bendición' ha hecho ganar mucho dinero y ha contribuido enormemente al crecimiento de la economía -tanto del sector turístico estricto como de muchos otros relacionados- desde los tiempos de Fraga para acá. Indiscutible.

EFECTOS NEGATIVOS

No obstante, este negocio relativamente fácil tiene muchos efectos negativos (externalidades negativas, en la jerga económica). Uno de ellos, evidente, ha sido el destrozo paisajístico y urbanístico que se ha producido en el litoral. Nuestra costa es una muralla de cemento. Pero hay muchos otros, como la subida desorbitada de los precios de los pisos en determinados lugares (caso de la Barceloneta o de muchas villas costeras), la alteración a veces grave de la vida ciudadana y la convivencia, etcétera. Por no mencionar -no quiero adentrarme en un terreno pantanoso- los estragos estéticos y en el buen gusto, que han documentado tan bien fotógrafos como Martin Parr, de la agencia Magnum, quien ve Barcelona como una ciudad "asediada por el turismo". Son peajes que paga todo el mundo. Al igual que pagamos todos los gastos y las inversiones que las administraciones tienen que hacer para poder acoger millones de turistas cada año.

No hemos realizado suficientes esfuerzos para ser competitivos y ofrecer más valor añadido, y no lo hemos hecho porque no era estrictamente necesario, ya que, además de ser un negocio 'subvencionado' por el clima y la geografía, el caudal turístico -la demanda- no ha cesado de multiplicarse. La cantidad, la cantidad creciente, ha restado incentivos a la innovación y la mejora. El resultado es lo que tenemos.

'DE CALIDAD'

No es extraño que, siempre que se habla de turismo, se repita que hay que favorecer un modelo basado en el turismo 'de calidad', es decir, que aporte más ingresos-, que esté más diversificado y menos concentrado, sea menos estacional - de verano- y resulte sostenible -lo que significa, entre otras cosas, que las cifras no pueden seguir disparándose indefinidamente.

Desgraciadamente, mientras se predica, se va incrementando la oferta de bajo precio y menos nivel. Lo facilita el hecho de que muchos negocios turísticos no son extremadamente difíciles de poner en marcha -presentan pocas barreras de entrada. Así que, como es lógico, desde los años 60 hasta hoy a una multitud de personas se les ha ocurrido que dedicarse al turismo o a algo que tenga que ver con éste puede ser una buena manera de prosperar o incluso de enriquecerse en poco tiempo.

Mi pregunta, llegados a estos punto, vuelve al principio. ¿El turismo ha sido realmente una 'bendición' para nuestro país? Quizá sí. Pero, ¿hasta qué punto? Quiero decir, y soy consciente de la ucronía: ¿qué hubiera pasado si hubiéramos tenido menos turismo? ¿Nos habríamos espabilado, económicamente hablando? ¿Hubiésemos sido capaces de impulsar, destinando parte de los recursos y las energías de todo tipo dedicadas a aprovechar el turismo, algún sector económico de mayor valor añadido y menos costes de todo tipo? En definitiva: ¿con menos turismo, pongamos la mitad o una tercera parte, estaríamos mejor o peor que ahora?

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