Los únicos traidores

Pérez Andújar ha sido la última víctima del linchamiento al discrepante

Jaume Collboni, Javier Pérez Andújar, Ada Colau, Patrick Klugman y Miguel Gallardo, junto al cartel.

Jaume Collboni, Javier Pérez Andújar, Ada Colau, Patrick Klugman y Miguel Gallardo, junto al cartel.

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Me gusta leer a Javier Pérez Andújar. Me interesa su mirada crítica con la política y su interpretación irónica del ‘procés’ incluso cuando discrepo de sus tesis. Considero que su diagnóstico de la lucha de clases debería ser motivo de reflexión tanto para los que quieren la independencia como los que aspiran a combatirla. Puestos a seguir confesándome, sepan que nunca he vivido en lo que algunos califican despectivamente como los barrios del extrarradio barcelonés. Mi paisaje de infancia, alejado de la capital, tenía mucho verde, poco cemento y acento abierto. Pero eso no me impide ver que Catalunya es la suma de su Sant Adrià y el Pallars de mis orígenes. Las chimeneas de su térmica y los cables de mi central hidroeléctrica servían para que muchos obreros,entre ellos mi padre, tuviesen trabajo. Iluminaban los hogares de los de arriba y de los de abajo.

Entiendo que este país, como todos, es fruto de su gente, hablen en la lengua que hablen, que, por cierto, ya no son solo dos. Por eso no comprendo a aquellos que en nombre de una patria excluyente han puesto el grito en el cielo porque el Ayuntamiento de Barcelona haya elegido a Pérez Andújar como pregonero de las fiestas de La Mercè. El acoso al discrepante, sobre todo en las redes sociales, se ha convertido en un vicio a erradicar.

Otro ejemplo: La portada de EL PERIÓDICO de este domingo dedicada a recordar los escándalos de corrupción abiertos en Catalunya (coincidiendo con el séptimo aniversario del estallido del ‘caso Palau’ y el segundo de la confesión del 'expresident' y evasor fiscal Jordi Pujol) fue interpretada por algunos como un ataque al soberanismo (y eso que aparecían también, entre otros, los exalcaldes socialistas Bartomeu Muñoz y Manuel Bustos).                                                                                                                         

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¿El delito es saquear el Palau  y que no se haya aclarado por qué Fèlix Millet y CDC compartían donantes o denunciar que tantos años después todavía no se haya juzgado este caso? ¿Atacar la corrupción es ir en contra del independentismo? ¿Se puede aspirar a que Catalunya vaya hacia la independencia cuando exista una mayoría social que la avale? La última: ¿Alguien cree que esa mayoría se conseguirá denostando a los que piensan distinto?

De todo ello, lo más reprobable es que lo hagan con un aire de supremacía moral del todo deleznable. En Catalunya, los únicos traidores son los que, tras las siglas que sean, han tratado el país como si fuese su finca particular, sea en los ayuntamientos, consejos comarcales, diputaciones o la Generalitat.