Al contrataque

El verano de los valientes

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MILENA BUSQUETS

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Cuando nació mi hijo mayor, unos amigos me regalaron uno de esos álbumes adorables y un poco cursis que sirven para documentar el primer año del bebé.

Yo solo documento las cosas con la memoria, que es el mejor filtro que hay, el más auténtico y veloz, el que decide qué me acompañará siempre y qué será olvidado al cabo de un par de días o antes. La memoria hace una criba inmediata, sabe, por ejemplo, que olvidará o condensará convirtiéndolos en uno solo, todos los actos a los que he acudido este año para hablar de mi novela, pero recordará el de Málaga. Sabe qué besos quedarán grabados en mí como tatuajes y cuales, al instante de ser dados, desaparecerán como arena entre los dedos, crueles y fantasmagóricos.

Pero a mi madre le encantaban los álbumes, así que en cuanto me lo regalaron se lo apropió con el propósito (que cumplió, nunca la vi dejar a medias algo que se hubiese comprometido a hacer) de irlo rellenando con los datos, las fotos y los comentarios pertinentes. Fue especialmente escrupulosa con la sección de parabienes, unas páginas en las que los amigos y familiares debían escribir sus felicitaciones y mejores deseos para el recién nacido. En algún lugar de casa, hay un álbum que contiene las hermosas felicitaciones de Ana María Matute, Ana María Moix y otras amistades que vivieron el nacimiento de mi hijo mayor como si se tratase del nacimiento de un príncipe y ellas fuesen sus hadas madrinas.

Al principio de la sección de parabienes, había una página reservada para la madre. Mi madre me persiguió durante semanas para que escribiese algo en ella. Al final, un día, harta de su insistencia y de que me colocase el diabólico álbum delante de las narices a la menor ocasión, cogí el cuaderno y escribí, sin pensarlo demasiado, a toda velocidad: «Que seas valiente».

LO ÚNICO QUE IMPORTA

Han pasado casi diecisiete años desde que escribí ese deseo (que, por cierto, me fue ampliamente concedido, no he visto a mi hijo mayor bajar la cabeza o apartar la mirada ni una sola vez en toda su vida) y sigo pensando que la valentía es prácticamente lo único que importa, el único instrumento útil para enfrentarse a la vida.

El verano -la luz a plomo durante el día y rosada por la tarde, los días largos y a veces apacibles, el tiempo desperezándose como un gato- es tiempo de valientes. Les deseo que den la cara por todo, por lo que quieren y por lo que no quieren. Les deseo que den la cara por su vida, por la única que van a tener (la que les costará la vida), por la que están a punto de cambiar, por la que se les va a presentar radiante o cadavérica (ojalá que sea radiante) en cualquier esquina inundada de sol.

Feliz verano. Nos vemos en septiembre.

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