IDEAS

Móviles privados, secretos públicos

JOSEP MARIA POU

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Nueva York, extrema en todo, me cuece las ideas al sol y me las congela cuando entro en el metro, tomo un taxi o me siento a reponer fuerzas en una cafetería. Aquí se pasa del calor al frío de manera canalla, por no decir criminal. No hay término medio. Las gotas de sudor que me caen por la frente mientras camino Broadway abajo, se convierten en carámbanos -la frente perlada, que diría el poeta cursi- con solo cruzar una puerta y meterme en recinto cerrado. Lo llaman refrigeración, pero para mí que tiene más que ver con la liofilización. Y hasta puede que con la crionización, vete tú a saber. 

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El caso es que, bien provisto de abrigo, bufanda y pasamontañas, me fuí la otra tarde a ver 'Privacy', la obra de teatro que más está dando que hablar estos días en la ciudad ('Hamilton' aparte). Es una función de autor inglés, James Graham, que se estrenó en la Donmar Warehouse de Londres hace ya un par de años y que llega ahora al Public Theater de Nueva York con el señuelo de Daniel Radcliffe (Harry Potter ya crecido) como cabeza de cartel. En el mismo escenario mítico donde nació 'A Chorus Line' hace 41 años y 'Hamilton' el año pasado, 'Privacy' agota localidades a diario en funciones de preestreno (el estreno oficial será el próximo lunes, día 18). 

A medio camino entre el teatro-documento y el experimento interactivo (David Hare y El Mago Pop en connivencia) la función nos alerta de hasta qué punto, bajo el imperio de internet, el móvil y las redes sociales, estamos renunciando voluntariamente a nuestra privacidad. Y se vale, como si de una clase práctica se tratara, de nuestros propios móviles. Se nos pide, en contra de lo que es habitual, que los tengamos encendidos durante toda la función. Y se nos invita, en un momento determinado, a que nos hagamos un 'selfie' y lo enviemos via correo electrónico a una dirección concreta. A partir de aquí, lo que parecía un juego se convierte en pesadilla. Algunos espectadores comprueban, con risas y horror al tiempo, cómo ciertos contenidos de sus móviles son expuestos en escena a la vista de todos, prueba evidente de lo fácil que es, para quien lo pretenda -y son muchos los pretendientes- hacerse con nuestros datos, revelar nuestros secretos y acabar con nuestra privacidad.

Me impresionó la función. Diría, incluso, que me aterrorizó. Me dejó helado. Lo cual, siendo verano y estando en Nueva York, asumí como claramente inevitable. 

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