Ventana de socorro

Ricachones y cultura

Una ley de mecenazgo, esa panacea neoliberal para la cultura, no ayudaría en nada a todo lo que sea contestatario

ÁNGELES
González
Sinde

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Muchas veces me pregunto qué y cómo piensan auténticamente, por dentro, las personas ricachonas. Existe un 'reality' en televisión que se interna en sus vidas y también alguna cuenta en Instagram en la que chicos ricos, creo que rusos, presumen de extravagancias. Pero son pura apariencia. Yo quiero saber qué piensan cuando una sala de teatro independiente, por ejemplo, anuncia que tiene que cerrar por falta de viabilidad.

A los pequeños teatros no les cuadran las cuentas. Aunque se llenen, los costes superan a los ingresos y únicamente las ventas del bar les permiten hacer caja (les animo por tanto a consumir locamente si van a una sala alternativa). Entonces me imagino siendo rica, pero millonetis, y llamando a esa sala, que puede ser sin ir más lejos La Guindalera o la sala Kubik en Madrid, y poniendo una solución sobre la mesa. Eso sí que sería vivir en el lujo, nadar en la abundancia y poder presumir. Pero no suele ser el caso, al menos en nuestro país. Los ricos dicen que falta una ley de mecenazgo, que si les desgravara harían inversiones en cultura, pero que como no les aporta nada, pues no salen al quite.

Yo creo que la ley de mecenazgo, esa panacea neoliberal para la cultura, no ayudaría en nada a todo lo que sea contestatario y tenga por objeto cuestionar el estado de las cosas. ¿Qué empresa, qué magnate lo apoyaría? Para que una ley de mecenazgo sea útil a una sociedad, los individuos deben tener muy arraigado el sentido de lo público, de lo colectivo, del bien común y de la cultura. En España ese sentido falta. Los ricachones compran obra de artistas consagrados para sus propias paredes (acostumbran a tener varias casas), pues para ellos comprar pintura es como jugar en bolsa, inviertes y obtienes prestigio y un retorno muy rentable. Un cuadro es un bien con un valor de mercado. Un montaje de Harold Pinter o de Juan Mayorga o de Angélica Liddel no. El teatro es efímero. ¿Quién es tan tonto de poner pasta en algo que se evapora? Nosotros, los que lo amamos y lo necesitamos como el aire.