A propósito del 'Banc Expropiat'

La policía no tiene la culpa

La seguridad es también un pilar del Estado del bienestar, y es irresponsable menospreciar a los Mossos

JOSÉ ZARAGOZA Y DAVID PÉREZ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En medio del alud de informaciones que se han producido tras las protestas en el barrio de Gràcia de Barcelona, el jefe de los Mossos d'Esquadra se lamentaba del hecho de que las felicitaciones y agradecimientos al cuerpo de policía catalán son prácticamente siempre privados, mientras que para las críticas se utilizan canales públicos. La seguridad es también uno de los pilares de nuestro Estado del bienestar, con la sanidad, las políticas sociales y la educación. Ya es hora de que alguien hable, pues, de los numerosos actos delictivos que se combaten día a día, además de los que se previenen gracias al trabajo policial. Un trabajo profesional, eficaz y muy a menudo arriesgado, del que la mayoría de veces nuestra democracia vive alejada. El derecho a la seguridad y a la tranquilidad, especialmente en el espacio público, es un servicio, también público, del que disfrutamos los ciudadanos gracias a nuestros cuerpos policiales.

Creemos necesario salvaguardar a las instituciones del desgaste propio de la política de titulares y portadas. Por eso no podemos evitar cierta tristeza al comprobar que los cuerpos de seguridad atraviesan, otra vez, como institución y como colectivo humano al servicio de la función pública, un proceso de desprestigio inmerecido. La nuestra es una sociedad compleja y diversa, sometida a veces a una presión excesiva, en la que inevitablemente surgen conflictos que es necesario gestionar. En ocasiones es necesaria la intervención policial y en otras, las que menos, esta intervención acaba siendo noticia.

GARANTE DE DERECHOS Y LIBERTADES

No es nuestra intención discutir aquí sobre la labor social, o la ausencia de la misma, del Banc Expropiat.Banc Expropiat Tampoco sobre la legitimidad de una protesta, por supuesto, siempre que sea pacífica. El derecho de manifestación debe ser preservado precisamente de las acciones violentas para evitar, por ejemplo, que algún Gobierno con mayoría absoluta caiga en la tentación de equiparar las dos cosas. Sin embargo, no es admisible el intento de atribuir a la función policial los disturbios provocados por una minoría violenta, y menos aún utilizarla para su justificación. Del mismo modo que es injusto atribuir a todos los participantes en una protesta las consecuencias de los actos vandálicos de unos pocos, no se puede convertir a los cuerpos policiales en los causantes de todos los males ni achacarles decisiones que no han tomado. Tenemos que ver a la policía como la que garantiza precisamente el libre ejercicio de nuestros derechos y libertades. Por eso es una irresponsabilidad flagrante relativizar los disturbios y la violencia urbana, así como menospreciar la labor que cumplen el cuerpo de Mossos d'Esquadra y el de la Guardia Urbana. No debemos olvidar que no corresponde a ningún cuerpo de policía la decisión de que deba desalojarse el Banc Expropiat, como tampoco le correspondió en su día la de desalojar Can Vies.

DESLEGITIMACIÓN DE LAS PROTESTAS

Por supuesto que una solución pacífica siempre debe ser la opción más deseable, pero esa decisión no siempre (casi nunca) está en manos de las instituciones democráticas. En este sentido, cabe demandar más sentido institucional a muchos de nuestros representantes: desde los que se dedicaron en su día a pregonar que podía (y debía) hacerse política desde la protesta permanente, y ahora intentan pasar desapercibidos (e incluso califican los disturbios y episodios violentos de «conflicto entre particulares»), hasta los que ingenuamente pensaron que era mejor pagar con el dinero de todos para evitar una crisis política. No se puede encender una llama y mirar para otro lado cuando se declara el incendio. Mención aparte merecen los representantes para los que el hecho de enfrentarse a la policía es por sí solo motivo de orgullo y algo que exhibir con entusiasmo.

Todo ello, en definitiva, no esconde ni debe esconder el problema real, tremendamente doloroso e injustamente cotidiano que supone, aún hoy, el desahucio y el abuso hipotecario. Pero los destrozos en el mobiliario urbano, la quema de contenedores y los enfrentamientos con la policía no van a dar respuesta ni a ese ni a ningún problema: todo lo contrario, solo contribuyen a banalizarlo y a restar fuerza a la legítima protesta contra las desigualdades de nuestra sociedad. Debemos ser conscientes, pues, de que nuestro día a día está repleto de elementos que solo son posibles gracias a una protección que muchas veces damos por descontada. Es de justicia que las personas que hacen que eso sea posible, tan denostadas ante el error, reciban también un reconocimiento público por el trabajo bien hecho.