Pequeño observatorio

Una especie tóxicamente armada

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Yo nunca he tenido ningún arma en casa. A mi lado, sí. Cuando hacía el servicio militar en el Montseny, durante los meses de milicias universitarias. Tenía un fusil a mi cargo, pero solo servía para llevarlo al hombro cuando tocaba desfilar.

Ignoro si ese fusil habría funcionado adecuadamente en el caso de haber tenido que disparar. De todos los recuerdos, el que tengo más claro de aquellos desfiles es el peso doloroso que debía resistir mi hombro. Mis huesos no estaban hechos para transportar la pesada y férrea «placa base». Siempre he sido más ágil que muscularmente potente.

Tengo que decir que las armas nunca me han atraído, y tampoco las armas de caza, aunque nuestra especie, la humana, ha sobrevivido en parte gracias a la actividad cazadora de nuestros lejanos antepasados. Cuando no tenían escopetas disponían de piedras y hondas, y tendían trampas, y así podían apoderarse -o abatir- de unos animales que eran comestibles. No solo progresaron alimentándose de vegetales, sino también de animales diversos.

El ser humano es por naturaleza agresivo, como todas las especies que solo pueden vivir si se alimentan. Pero hay matanzas que no son del cerdo, sino de otros humanos. Desde Orlando, en Estados Unidos, Ricardo Mir de Francia ha explicado a los lectores de EL PERIÓDICO que un hombre había comprado en una tienda una pistola y un rifle semiautomático absolutamente legal, que podía disparar 30 balas seguidas. El hombre comprobó trágicamente la eficacia del arma. Matar es fácil en EEUU. Entras en una tienda como un cliente y sales como un asesino.

Alguien dijo, hace años, que las armas las carga el diablo. No siempre es así. Y en todo caso, hay otras armas que pueden implicar consecuencias funestas. Un arma que puede consistir en una crítica terriblemente destructiva, un menosprecio absoluto, una sentencia dictada por la envidia o por el odio.

Como hay amores tóxicos, hay odios que se autoenvenenan.