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David Cameron y su mujer en la comparecencia de prensa tras anunciarse la victoria del 'brexit'

David Cameron y su mujer en la comparecencia de prensa tras anunciarse la victoria del 'brexit' / RT

ANA PASTOR

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Se puso delante del atril para responder preguntas. En pie. Dispuesto a escuchar al público que le observaba a poca distancia. Era uno de los actos centrales en los que se estaba disputando el liderazgo de su partido pero muchas de las preguntas se centraron en la Unión Europea. Cuestiones sobre cómo sería la relación del Reino Unido con Bruselas si se convertía en primer ministro, qué ocurría con las leyes, el empleo, las fronteras... David Cameron consiguió hacerse en ese año 2005 con la presidencia del Partido Conservador.

Muchos vieron entonces en él al candidato perfecto para arrebatarles a los laboristas el poder por ser joven y por sus planteamientos modernos. De hecho recuerdo que, en uno sus primeros discursos como ganador, llegó a hacer una apuesta rompedora respecto a la política exterior que debía guiar al Reino Unido. Cameron pidió a los suyos que no se centraran tanto en asuntos polémicos y tradicionales como Gibraltar y pusieran su mirada en lugares devastados por la sequía y la hambruna como Darfur o el África subsahariana.

Ya en aquel discurso lanzó una crítica a la Unión Europea «en la que nadie confía». Han pasado 11 años desde aquella escena. Cameron acaba de dimitir tras vivir tres procesos claves que van a cambiar la historia de su país y puede que la del resto de Europa. En primer lugar, arrasó en las elecciones de mayo del año pasado en las que fue reelegido. Todas las encuestas daban un oxígeno a los laboristas de Miliband que no existió en las urnas. El Partido Conservador arrolló. Y lo hizo con un líder que prometió la segunda y tercera pata de esta historia. El referéndum de Escocia que también consiguió ganar, y el del 'brexit' que acaba de perder. Cumplió su promesa de campaña y los convocó.

LÍO MONUMENTAL

Y cumple también al marcharse ahora. Pero deja en un lío monumental a su partido, a su país y al resto de vecinos europeos. Entre estos últimos la primera reacción mayoritaria ha sido focalizar todo el problema en el referéndum. La democracia no debería ser el problema. En todo caso el momento elegido. El propio Cameron tuvo que enfrentarse hace unos días a una durísima entrevista de Jon Snow en Channel 4 en la que le dijo de manera premonitoria que la cuestión europea no era una preocupación para el país sino para su partido, pero la víctima sería al final el país.

Quizá los líderes europeos, los mismos que en estos últimos meses han hecho piña con el primer ministro británico, deberían preguntarse por qué cada vez más ciudadanos europeos compran las tesis xenófobas y de cierre de fronteras en las modernas Inglaterra o Francia. Deberíamos preguntarnos qué hemos hecho mal para que Marine Le Pen o Nigel Farage sean hoy la imagen de la victoria.