Disparos

ÓSCAR LÓPEZ

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Segundo Congreso de Periodismo Cultural celebrado en Santander. Periodistas veteranos y jóvenes reciben una 'master-class' sobre proyectos innovadores que se mueven dentro y fuera de la red. Términos como 'big data', 'book haul' y 'realidad virtual' resuenan en el Paraninfo de la Magdalena durante dos intensas e interesantes jornadas en las cuales la cultura en 'power point' lo domina todo.

Se escuchan disparos. El primero: la cultura 'selfi' se propaga. Ya no se fotografía la 'Gioconda' sino al visitante con el cuadro a sus espaldas. Es la cultura decorado. Al instante resuena el segundo: no hay formas mágicas para llegar a los públicos. Por eso nos hacen falta datos, 'big' o 'small' datos. Datos que nos lo cuenten todo: si entramos o salimos de los museos (¿datos inventados?); si leemos a Proust o a El Rubius. Datos sin corazón. Con ellos, los ponentes crean mapas, y juegos, e incluso obras de arte. De repente, alguien nos cuenta que se puede engañar al cerebro con una 'performance' sencilla y sorprendente. Rezo para que me ayude a engañar al mío, y así convencerme de que el periodismo cultural tiene futuro. 

Tercer tiro: estamos en una revolución. Y un joven de la etnia 'big data' bombardea la sala con una sentencia: "yo no os sigo, prefiero consultar directamente al artista". Depresión generalizada. El gremio se hunde. Algunos se rebelan. Y gritan: "¿Quiénes son tus prescriptores? ¿Qué hay que hacer para seducirte?" Todos suponen que la fuente es Internet. Un lugar demasiado grande. E imperfecto. "¡Que nadie demonice la red!" exclaman unos. "¡Que nadie la encumbre!" Sueltan otros.

Y se escucha una cuarta detonación: la distancia entre el creador y su público es cada vez más corta, casi inexistente. ¿Queda espacio en medio para el periodista cultural? Nos hace falta un tercer congreso. O nuevos prescriptores; o que nos prescriban unos antidepresivos; o nuevas políticas culturales; o asumir que es la historia de siempre, la de las anteriores revoluciones, la del hijo que quiere cortarle la cabeza al padre, y la del padre que se la esconde al hijo. Que gane el mejor. El mejor periodista cultural, se entiende.