La magia de Muhammad Ali

ALBERT GUASCH

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Y, de repente, apareció Muhammad Ali.

Era el lounge de periodistas y acreditados del Georgia Dome de Atlanta, el estadio que acogía la Superbowl de aquel 2000, y hubo una conmoción apenas disimulada.

Caminaba despacio. Hacía años que cualquiera de sus movimientos, por culpa del Parkinson, se desplegaban ralentizados. A un lado, sujetándole un brazo, iba su esposa Lonnie. Al otro lado, un hombre con la suficiente fuerza para ayudarle a sentarse en un sillón frente a un enorme televisor.

Decenas de periodistas empezaron una coreografía de acercamiento titubeante. El más atrevido le pidió enseguida un autógrafo. El campeón -los boxeadores, aunque retirados, siempre son campeones- garabateó su nombre con mano temblorosa.

Lonnie acercó su oído a la boca de Alí. Hablaba muy bajito. Apenas susurraba.  Lonnie se despegó un segundo de su lado para recoger una bebida de un mostrador. Le colocó una pajita y se la acercó al gran mito, que entonces sumaba 58 años. Sorbió un poco. Lonnie, sentada en una silla, dejó el recipiente a su lado. 

Yolanda Williams, o Lonnie, era la cuarta esposa de “el más grande”, como se autoproclamaba en sus tiempos más vigorosos. Tenía 15 años menos y creció en el mismo entorno de Louisville (Kentucky) en que lo hizo Ali cuando aún era Cassius Clay.

Sus familias se conocían. Ella formó parte del entorno del boxeador cuando este, en la cresta de popularidad, sumaba esposas, amantes y fecundó más hijos de los que deseaba. Nueve al final. Se supone que llegó un día, tras su tercer divorcio, que Ali prestó atención a lo que tenía cerca.

HOLA SIN PAGAR

“Soy el campeón del pueblo. Cualquiera se me puede acercar a decirme hola sin pagar. No hay guardaespaldas alrededor de este campeón”, proclamó en una de sus infinitas sentencias célebres, cuando la cabeza y la lengua iban acompasadas.

En el año 2000, su lengua solo sabía murmurar. Una auténtica desgracia para la humanidad que Muhammad Ali callara tan pronto. Muchos blancos de la época le llamaron bocazas. Alguien le hizo un vudú muy efectivo.

En cualquier caso, en esa amplia sala de Atlanta, el reducido entorno abrió el acceso a Ali. Campeón del pueblo. Ali tenía una expresión inescrutable. Miraba fijamente a la pantalla de televisión, donde solo se hablaba de la previa del partido de fútbol americano. Saint Louis Rams contra Tennessee Titans. Su mirada apenas desprendía un frágil destello de vida. Esa mirada, hacía años, noqueaba casi tanto como uno de sus puños.

Los periodistas y personal acreditado diverso empezaron a formar una cola. De la nada, se pasó del gesto disimulado al explícito deseo de un contacto. El objetivo era hacerse una foto con el exboxeador. Entonces los selfies no se hacían con móviles, sino con pequeñas cámaras de bolsillo. La cola llegó a ser imponente.

El amigo o asistente del que danzaba como una mariposa y golpeaba como una avispa agarraba la cámara. Entonces alguien se agachaba para ponerse a la altura del campeón. Y clic. Siguiente. La imagen era siempre la misma. Un tipo sonriente apoyado en el antebrazo del sillón junto a otro de rostro perplejo e inamovible.

Cuando una mujer, en su turno, se acercó con una niña de color, Alí logró movilizar algún músculo facial. Apartó la mirada de la tele y desplegó ante la pequeña un truco de magia que consistía en hacer aparecer y desaparecer un pañuelo entre sus dedos. La madre y otros testigos rieron de forma sonora ante el efectivo truco. Más que la pequeña. Fue como un momento musical. Como si Ali hubiera despertado.

Años después uno leería un relato de Gay Talese en que explicó que en 1996, o sea, cuatro años antes de esta Superbowl, Ali realizó este mismo truco a Fidel Castro durante una visita a La Habana. Talese contó que el púgil le regaló al comandante el pulgar de goma necesario para el juego de magia. Talese contó también que Fidel aprendió rápido el movimiento para sorprender a la audiencia.

“CÓMO ME LLAMÓ, EH?”

Sin niños alrededor, Ali volvió a mirar la tele. Como si el silencio se hubiera impuesto de nuevo. Ya no había música. Él estaba ahí, pero su expresión se hizo ausente. Mentalmente parecía otra vez lejos de ahí. Más gente se hizo más fotos. Casi todos le decían cosas bonitas. Pero no se veía reacción de su parte. La enfermedad noqueó su agilidad, mató su ingenio sin igual.

A suficiente distancia de él, algunos rememoraban frases que le habían oído en entrevistas o documentales. “¿Cómo me llamó, eh? ¿Cómo me llamó, Tío Sam?”, imitó un periodista italiano. Es lo que le gritó Muhammad Ali a un púgil llamado Ernie Terrell que antes del combate había insistido en llamarle Cassius Clay. Terrell estaba caído en la lona cuando Ali le escupía lo de Tío Sam.

“¿Esto es todo lo que tienes, George? ¿Esto es todo?”. Ahora el italiano recordaba lo que le iba soltando a George Foreman mientras este le propinaba golpes que no hacían mella en Ali. Foreman, como cuentan los libros de boxeo, se enfureció, se agotó y se deprimió, todo a la vez, en ese combate.

Ali enfureció a mucha gente del establishment norteamericano a lo largo de su vida despierta. Hizo reír a muchas más. Inspiró a varias generaciones de ciudadanos negros. Viajó a muchos países y sus visitas se convirtieron en acontecimientos nacionales. Tal era su fama. Durante muchos años podía rivalizar con cualquiera en el concurso de persona más famosa del planeta. Por sus logros en el ring (tres veces campeón del mundo de peso pesado), por su rabiosa militancia pacifista, por sus reivindicaciones de raza, por su maravillosa soberbia...

Cuando faltaba aún un rato para el inicio del partido de la Superbowl, la pequeña comitiva de Ali se puso en pie. Había posado para decenas de fotos. Lentamente, como había llegado, se marchó. Irrumpió una ovación. Lonnie dio las gracias con un un ligero gesto con la cabeza.

Los presentes le aplaudieron y le miraron con melancolía. Ahí se iba el hombre que dijo ser capaz de esposar relámpagos, encarcelar truenos, hospitalizar un ladrillo y asesinar una roca. Hacía tanto de eso…

Hoy toca repasar por youtube las míticas entrevistas que le hizo Howard Cosell.