Peccata minuta

De cara a la pared

Necesitamos un exquisito control de la profesionalidad de la gente armada y de los jueces

JOAN OLLÉ

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Es un auténtico lujo trabajar en un oficio como el teatro, del que no dependen la vida ni la muerte de nadie. Si un político, un médico, un militar, un juez, un cocinero o un policía se equivocan en el ejercicio de su profesión, pueden llevarse una o varias vidas por delante. O un ojo de la cara.

El señor magistrado sentenció que ni el subinspector Eduardo C. ni el escopetero -una nueva palabra en nuestras vidas- Llorenç B. deben ser castigados por dejar tuerta a Ester Quintana. Ante la posibilidad de que paguen justos por tiradores, la cosa queda casi archivada. Tal vez Convergència haya decidido rebautizarse para quitarse provisionalmente de encima nombres y apellidos como los de los consellers Felip Puig o Jordi Jané o el director general Manel Prat, colaboradores necesarios de las mentiras y desinformaciones sobre tan nefasta bala de goma. Es propio de todo gremio cubrirse las espaldas los unos a los otros, pero también lo es, como hacían los viejos profesores, castigar a toda la clase si no aparece el causante de la falta. ¡Policía, de cara a la pared!

La policía acostumbra a poner de cara a la pared o contra el suelo a los revoltosos, para inmovilizarles o esposarles. Esto está ocurriendo en Gràcia, como ocurrió hace un par de años en los desalojos del centro okupa Can Vies. Los cuatro detenidos por los desórdenes de Sants no han tenido tanta suerte como los mossos recién perdonados por la justicia (sic): la Generalitat pedía siete años -que ha rebajado a cinco- para un manifestante que arrojó una piedra que fue a parar al brazo de un policía, y tres -que se han quedado en año y medio- para los otros tres detenidos, que denunciaron por lesiones y delito contra la integridad moral a los siete agentes que les arrestaron; uno de ellos acabó con siete puntos de sutura en la cabeza, otro con la nariz rota y el tercero con contusiones por todo el cuerpo. El abogado de tres de los acusados, Eduardo Cáliz, definió aquella detención como «brutal», y uno de los siete agentes denunciados admitió a Anaïs Franquesa, la otra abogada defensora, que «no podía explicar cómo se lesionaron» sus defendidos.

Profesionalidad

Tan repugnantes me resultan las piedras como las balas de goma, pero -las comparaciones son odiosas- no creo que una lesión en el brazo que necesitó siete días para sanar pueda igualarse con la pérdida de un ojo que nunca más podrá ver. La solución sería que no hubiese manifestaciones porque todo el mundo está contento, pero, a la espera de ello, necesitamos un exquisito control de la profesionalidad de la gente armada y de los jueces. O bien acudir a las manifestaciones protegidos por cascos, escudos y chalecos antibalas, para evitar males mayores.