Paternalismo mal entendido
La violencia y la libertad son conceptos incompatibles
En 'El fin del "homo sovieticus"' (Acantilado) uno de los entrevistados por la premio Nobel de Literatura Svetlana Aleksiévich resume con ironía cómo en la intimidad de las cocinas rusas se tomaban con humor la dureza de un régimen que podía tener sus virtudes pero que adolecía del peor de los males: la falta de libertad. "Comunista es aquel que ha leído a Marx; anticomunista es aquel que lo ha comprendido", relataba este ciudadano a la periodista y escritora.
La libertad debería ejercerse a partir de unas reglas de juego compartidas que permitan garantizar la convivencia. Cuando no se comparten, se alteran o directamente se pervierten, el conflicto está asegurado. ¿Un ayuntamiento debe pagar el alquiler de un local para garantizarse la paz social a las puertas de las elecciones? ¿Qué derecho ampara a alguien para okupar una propiedad? ¿El local de un exbanco es una 'okupación buena' y la de un piso o propiedad de otro ciudadano cuyo delito ha sido pagar una hipoteca o recibir una herencia es una 'okupación mala'? Cuando la CUP pide no simplificar el debate pero se niega a rechazar las okupaciones de las segundas viviendas, sabiendo que muchas pertenecen a la llamada clase trabajadora, pervierte ese mismo debate.
Las reglas deben evolucionar, hay que poder cambiarlas y no conformarse con el "espera y aguanta, aguanta y espera", que relata otra ciudadana rusa a Aleksiévich. Pero entre el espera y aguanta y justificar la violencia para cambiar las cosas hay alternativas. Porque la violencia y la libertad son incompatibles y, además, Catalunya se ha significado por que, a diferencia de otras naciones, ha desterrado esa vía para conseguir cualquier fin, social o política.
Así que la misma contundencia con la que hay que denunciar y criticar los excesos de los Mossos cuando los hay, el corporativismo policial mal entendido (el caso de Ester QuintanaEster Quintana es el más evidente) o los pactos judiciales que impiden aclarar muertes como la de Juan Andrés Benítez, también hay que ser claros a la hora de rechazar la presencia de encapuchados en manifestaciones que, de manera organizada, solo pretenden convertir calles como las de Gràcia en campos de batalla. Con la violencia, proceda de donde proceda, no caben dobles tintas ni discursos paternalistas.
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