Al contrataque
Todo lo que poseemos
Milena Busquets
Escritora
MILENA BUSQUETS
En el género literario de los cuentos, está <b>Chéjov</b> y luego, a muchos miles de kilómetros de distancia, están algunos otros escritores, y luego, más allá todavía, en el lejano abismo, está el resto. Es un poco lo mismo que ocurre, a mi parecer, con Velázquez o con Rembrandt. Están ellos y, a continuación, a veces muy cerca pero a una distancia que resulta infranqueable, el resto. No sé demasiado de música, pero mis amigos más expertos dicen que algo parecido ocurre con Bach y con Mozart. Y mis amigos futboleros me aseguran que lo mismo pasa con Leo Messi, el jugador del Barça.
En fin, volviendo a los grandes narradores, hay un cuento de <b>Isak Dinesen</b> (justo después de leer a Chéjov, se tiene que leer a Dinesen, y luego a Guy de Maupassant, y luego a Edgar Allan Poe, a Truman Capote, a John Cheever y a Jorge Luis Borges), la genial autora de 'Memorias de África' y seguramente una de las mejores cuentistas del siglo XX, que dice que tarde o temprano, lo recuperamos todo.
El cuento se titula 'El joven del clavel' y en él se cuenta la historia de una mujer que pasa toda su vida buscando un tono exacto de porcelana azul que vio una vez de joven después de ser rescatada de un naufragio por un apuesto marinero. Finalmente lo encuentra cuando ya es una anciana y, justo antes de morir, pregunta: «¿No es dulce pensar que, si se tiene paciencia, todo lo que se ha poseído vuelve a una otra vez?»
He tardado años en entender que es cierto. He necesitado exactamente tres años y diez meses para poder volver a escuchar una canción que durante una época muy difícil de mi vida escuché sin cesar.
MÚSICA, NARDOS Y MERENGUES
Se trata de una canción francesa un poco cursi sobre San José y la Virgen María, una historia que no podía estar más lejos de lo que me estaba ocurriendo a mí en aquel momento, pero que, por alguna razón, se convirtió en la banda sonora secreta de unos meses de mi vida. Cuando terminó aquella etapa, pensé que nunca jamás volvería a escuchar esa canción.
También me ha ocurrido con ciudades o rincones o restaurantes en los que he sido o muy feliz, o muy desgraciada, o ambas cosas. Y me ha pasado con los nardos, que eran las flores favoritas de mi madre, y con los merengues de fresa, y con el bolero de Maurice Béjart y con algunos cuentos que me leían de niña y con ciertos amaneceres, y con algunas personas. Historias que uno considera que están quemadas para siempre, consumidas hasta sus últimas consecuencias, desaparecidas en combate, extraviadas, robadas, desvanecidas.
Y entonces, un día, si se tiene paciencia, como dice el cuento, de repente te acuerdas de aquella canción y la encuentras y la escuchas, y te es otorgada de nuevo, como la primera vez.
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