GEOMETRÍA VARIABLE

El Cercle, Catalunya y la difícil gobernanza

Para que España pueda ser gobernada hay que superar la cultura bipartidista

Coloquio en el Cercle de Economia sobre el euro, con la intervención de Maria Joao Rodrigues, Antoni Castells, Anton Costas y Jorg Haas. 

Coloquio en el Cercle de Economia sobre el euro, con la intervención de Maria Joao Rodrigues, Antoni Castells, Anton Costas y Jorg Haas.  / periodico

JOAN TAPIA

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Desde su fundación (años 50), el Cercle d'Economia se ha ocupado de la inclusión de España en Europa, de la modernización de un país que era entonces una dictadura, y del encaje de Catalunya en España. Y lo ha hecho siempre con independencia, pluralidad (en una de sus primeras juntas directivas estaban Carles Ferrer, luego presidente de la CEOE, y Narcís Serra y Ernest Lluch, futuros ministros del primer Gobierno de Felipe González), y buscando la inclusión del catalanismo en la gobernación de España.

Es normal pues que ahora, en medio de una grave crisis política, publique un documento titulado 'Una nueva forma de gobernar. Para que Europa y España vuelvan a funcionar'. Y el análisis, que marcará este fin de semana los debates de su reunión anual de Sitges, merece atención, pues en los últimos años –atrapados en el duro choque entre los gobiernos de Barcelona y de Madrid- la independencia no ha sido fácil y el Cercle ha sido una de las pocas entidades que –sin exabruptos- se ha expresado con libertad, sin sometimiento y recogiendo los matices de una sociedad plural.

LA PRESIDENCIA DE ANTÓN COSTAS

En estos años –con la presidencia por primera vez no de un hombre de empresa sino de un gran intelectual de la economía como Antón Costas-, el Cercle ha mantenido su tradición de equilibrio y apartidismo y su análisis de la gobernanza es valioso. El punto de partida es que Europa tiene dificultades para encarar el futuro: “No está configurada como un estado unitario o federal, sino como un tratado intergubernamental y por ello el poder reside en los países fuertes. La base nacional prima sobre la supranacional…hay que ser capaces de equilibrar la legitimidad democrática de los gobiernos nacionales y de las instituciones comunitarias”. El nudo está ahí y el Cercle apuesta por la supranacionalidad. Es el caso del BCE, “que ha sido capaz de imponerse a los intereses nacionales”.

El problema de la gobernabilidad de España, como se ha visto tras el 20-D, es más urgente y no se solucionará mientras la acostumbrada cultura bipartidista no sea sustituida por otra de pactos, de coalición y de reglas que eviten el bloqueo en la formación del gobierno. Es una asignatura complicada, además, por los efectos sociales de la peor crisis económica desde 1929 –alta tasa de paro, aumento de las desigualdades- y por la fractura generacional.

RACIONALIZAR EL CONFLICTO

Y todo es más difícil por el encrespamiento del problema catalán. El Cercle aboga por no demonizar el conflicto, sino por abordarlo sin olvidar la medicina del gradualismo. No aboga por el referéndum como punto de partida para “satisfacer la aspiración mayoritaria de los catalanes a un mejor autogobierno”. Es un criterio razonable, pero no el predicado ni por Carles Puigdemont, que abrirá las jornadas de Sitges, ni por Mariano Rajoy, que las clausurará. Y hay una frase, “los conflictos no se resuelven definitivamente pero se pueden encontrar ajustes que los hagan evolucionar favorablemente…para luego llegar a nuevos arreglos”, que choca teológicamente con lo predicado por los aparatos propagandísticos de los nacionalismos. Tanto del catalán como del español.

El Cercle aboga en suma por racionalizar un grave conflicto que, a mi entender, es una de las principales causas de la crisis política actual. Catalunya es un 20% del PIB de España, la región más exportadora y la más conectada con Europa. Supo aportar criterio y estabilidad (con CiU, con el PSC e incluso con Josep Piqué) a los gobiernos de Felipe González y José María Aznar. Y en el 2010, al borde del rescate, el catalanismo fue clave para evitar lo peor.

El 'seny' catalán regó la seca democracia española. Pero cuando, por razones en parte muy justificadas pero también de miopía política, una parte del catalanismo apostó por objetivos poco realistas (románticos o sectarios) surgió el riesgo de desmoronamiento. En Catalunya se gobierna poco desde las elecciones del 2011. Ahora, pendientes de la CUP, menos. Y España lleva nueve largos meses de estéril interregno electoral. Sin garantías de que el 26-J permita encauzar nada.