Prefiero a las personas

En algunos lugares de Barcelona está de moda cobrar a los clientes usando una máquina. Prefiero que lo haga un ser humano, aunque se equivoque

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MILENA BUSQUETS

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En algunos lugares de Barcelona se ha puesto de moda cobrar a los clientes utilizando una máquina. En vez de que te cobre la persona que te ha atendido, metes las monedas y los billetes en una especie de hucha electrónica y esta te escupe el cambio. Como es una máquina, la mayoría de las veces funciona mal, claro.

Yo ya me había acostumbrado a los parquímetros de la zona verde. Normalmente intento pagar con tarjeta, pero la tarjeta, que funciona en todos los rincones del mundo, aquí no suele funcionar. Repito la operación tres o cuatro veces, pero es inútil. Entonces, intento pagar con monedas. La máquina me las escupe despectivamente. Repito la operación dos o tres veces. Entretanto, con tanto malabarismo, el billetero y las llaves del coche ya se me han caído al suelo y tengo a un señor (o señora) detrás con mala cara. Finalmente, decido ir en busca del encargado, que me conoce bien porque me tiene frita a multas (seguro que estoy en su top 10 de los infractores de zona verde del barrio). Entonces el encargado me dice: «Venga conmigo, señora», coge mis monedas, las mete en la ranura y sale el tíquet, sencilla y limpiamente. A la primera. A mí me entran unas ganas terribles de estrangularlo pero me retengo, no sea que me caiga otra multa.

También he aprendido a lidiar con las gestiones telefónicas y ya no me da un ataque de nervios cada vez que la telefonista dice: «Y ahora, señorita Busquets, vamos a volver a repetir toda la conversación para grabarla», cuando ya llevamos 25 minutos al teléfono.

Encima, platito para propinas

Pero esto es nuevo. Ahora también vamos a poder ponernos frenéticos intentando pagar a una máquina unas manzanas o un bocadillo de jamón mientras el dependiente o el camarero nos mira con cara de circunstancia.

En algunos lugares, incluso tienen la desfachatez de colocar un platito para propinas encima del artefacto, con lo cual uno se queda con la duda de si la propina es para la estúpida máquina o para el que realmente te ha atendido (te ha sonreído, te ha tratado bien, ha comentado algo del tiempo o del fútbol contigo, a veces incluso te ha arreglado el día o te ha confirmado en la idea de que la humanidad es un asco). No sé si lo hacen por seguridad, por higiene o porque no se fían de los conocimientos de cálculo de sus empleados, pero en cualquier caso me parece una idea nefasta. Casi todo lo que sea poner intermediarios entre las personas me suele parecer un desastre.

Tal vez sea una romántica anticuada, pero yo, de momento, o hasta que las máquinas no tengan solo ojos sino también mirada, prefiero que me cobre un ser humano, aunque se equivoque.