República presidencialista

JUANCHO DUMALL

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La entidad Constituïm acaba de hacer pública y de entregar a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, su propuesta de constitución para una hipotética/eventual/futura (táchese lo que no proceda) república catalana. Una de las novedades del documento de debate/agitación (táchese de nuevo lo que no proceda) propuesto por esa comisión de notables es el carácter presidencialista del nuevo estado.

El presidente de la Generalitat será elegido por sufragio directo en una circunscripción única. Su mandato sería de cinco años y solo podría renovarlo una vez. Tendría la competencia de nombrar a los consellers y de disolver el Parlament. Suya sería también la dirección de la política exterior. Es decir, se plantea un modelo próximo al de Francia y al de Estados Unidos, donde el jefe del estado (presidente de la república) tiene muy amplios poderes. Un modelo, por tanto, muy diferente al de Alemania, Italia o Portugal, por poner tres ejemplos europeos también republicanos.

¿En qué se basan los ponentes para dar tantos poderes a la máxima autoridad del país? No hace mucho tiempo (29-12-2014), el entonces cabeza visible de los redactores de un proyecto de república catalana, el juez Santiago Vidal, declaraba a Público que «el futuro estado de Catalunya debería ser una república y no un sistema de monarquía compartida como puede ser Canadá, Australia o Nueva Zelanda, que la tienen compartida con el Reino Unido, y que sea no presidencialista, es decir, que habría un presidente y un primer ministro ejecutivo, personas separadas y aconsejamos que como mínimo uno de esos cargos sea una mujer porque es hora que se rompan esas dinámicas tan mediterráneas». O sea, un planteamiento muy diferente al actual.

La historia reciente

El carácter presidencialista de la república puede basarse en una tradición histórica, pero cabe pensar que la propuesta es más coyuntural y a medida de los partidos que impulsan el soberanismo. La Catalunya moderna fue presidencialista con TarradellasPujol Mas. Lo fue menos con Maragall y Montilla. Y con Puigdemont, el president que surgió del frío, está por ver.