El cambio político de España sigue fraguándose en el eje Galicia-Catalunya-Valencia

JUAN RODRÍGUEZ

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En los días previos al cierre de coaliciones candidaturas, el Barómetro de abril del CIS sugiere razones de por qué las elecciones de junio podrían resultar parecidas pero no serán iguales a las de diciembre. En él se apuntalan cambios en las actitudes políticas ya registrados en el barómetro de enero (en comparación con las elecciones de diciembre) y que condicionarán la precampaña de este mes de mayo.

Como en toda encuesta pre-pre-electoral (antes de que se cierren las candidaturas), lo importante de este barómetro no es tanto lo que presagia para las elecciones de junio como lo que puede desencadenar dentro de los partidos en liza en los próximos días. Hay que tener en cuenta que los Barómetros del CIS no son estudios electorales (que encuestan a muchos más individuos), de modo que señala tendencias pero no permite analizarlas con más detalle por la falta de casos y preguntas.

En términos generales, se percibe la decepción por el desenlace de la legislatura frustrada. Se acumula un desinflamiento de las expectativas políticas y económicas tras las elecciones de diciembre, que nos devuelve a finales de 2014 (y que tiene que ver más con la erosión de la confianza y de las expectativas que con la situación real de la economía percibida por los ciudadanos).

Y ello suscita efectos sobre la predisposición en el comportamiento electoral. De entrada, con el probable repunte de la abstención. De este modo, parece que todos los partidos van a salir perdiendo electores, si se mantienen las candidaturas actuales. Si eso es así, estas elecciones las ganará políticamente quien menos votantes pierda.

Pero no todas las pérdidas deben leerse de la misma forma, como recoge la Tabla.

El realineamiento de voto entre los dos grandes partidos y el resto sigue avanzando, décima a décima. La pérdida de apoyo a los dos grandes partidos alcanza ya un suelo por debajo del 50 % de intención de voto, como ya sucedía en enero. Lo significativo es que esto se mantenga tras unos meses en los que los ciudadanos han comprobado las consecuencias de una elevada fragmentación parlamentaria: inestabilidad política y dificultades para formar gobiernos fuertes. En estos momentos, ese coste no parece incentivar a los votantes a concentrar un voto estratégico en las dos principales opciones. La única duda es cuánto de estructural hay en ello (porque se estén descomponiendo los espacios electorales en España) y cuánto de circunstancial (por la incapacidad de los actuales líderes de PP y PSOE o de sus programas para ganarse la confianza de sus electores).

Con todo, el mayor nivel de fidelidad electoral del PP le garantiza que, en un contexto de mayor abstención, pudiera beneficiarse relativamente en su número de escaños, si se presentaran las mismas candidaturas que en diciembre. Y con ello, aproximarse a la mayoría parlamentaria con Ciudadanos.

Pero mientras que PP y PSOE siguen un lento desgaste, los nuevos partidos no afianzan sustancialmente sus posiciones, debido a un apoyo electoral que presenta oscilaciones y puntos vulnerables.

Ciudadanos se beneficia del cansancio de los electores de centro y centroderecha, que no le culpabilizan del descarrilamiento de las negociaciones para formar gobierno. Sin embargo, existe aún un canal de transferencias de votos con el PP, en ambas direcciones. Por ello, a pesar de mantener un nivel de fidelización de los electores elevado, las pequeñas oscilaciones en votos en las diversas circunscripciones pueden significarle –en junio- ampliar o encoger un 20 % su actual grupo parlamentario. Ciudadanos se mantiene a un paso de lo mejor y de lo peor.

Esta situación es aún más evidente en Podemos, que sí aparece como uno de los responsables de la situación política, y que abre dudas sobre su verdadero potencial de agente de transformación política entre sus electores menos cercanos. Estos días se ha destacado su descenso de apoyo electoral, y su transferencia de votos a IU. Este sería el gran factor que incentiva a ambos partidos a buscar una coalición de cara a junio, cuyo acuerdo dependerá de que ambas partes alcancen el punto de equilibrio en el número de escaños ‘seguros’ para IU que anticipen los sondeos. Podemos tratará de darle un poco menos, e IU buscará un poco más.

Por supuesto, la alianza de izquierdas tendría segundas derivadas, que no aparecen en este Barómetro (por lo que sus estimaciones deben tomarse con pinzas): intensa polarización izquierda-derecha, voto estratégico en detrimento del PSOE (por primera vez en la democracia española), mejor posición para ganar los últimos escaños en algunas provincias (en detrimento sobre todo de PP y Ciudadanos). El resultado sería, si esto se cumpliera, una mayor fragmentación parlamentaria, mayor polarización ideológica y menos margen para acuerdos de gobierno entre fuerzas adversarias.

No obstante, para entender el verdadero alcance de los dilemas de Podemos ante las próximas elecciones, lo relevante es tratar de identificar en qué espacios o territorios son más fuertes esas oscilaciones en el apoyo actual al partido. Algo que el Barómetro no desvela pero sí sugiere. La disputa en el voto entre Podemos e IU se da principalmente en Madrid y parte de España, pero mucho menos allí donde está el gran vector de transformación política de esta década: CatalunyaGalicia y la Comunidad Valenciana.

Es en estos tres territorios donde el sorpasso al PSOE ya es una realidad, en buena medida, aunque también es donde Podemos resulta más débil y dependiente de candidaturas propias. Por ello, es en estos territorios donde se pueden descuadrar los cálculos que puedan hacer líderes y analistas madrileños con poco olfato periférico.

En el ámbito valenciano, buena parte del voto en competición no es de Podemos ni de IU, sino de la coalición Compromís. Aprendida la lección del grupo parlamentario, el acuerdo de izquierdas dependerá, en último extremo, de cómo evolucione la lucha entre Bloc (eje organizativo de la coalición) y Mónica Oltra, que no es del Bloc y que aspira a hacerse con el control de Compromís, con el apoyo de Podemos.

En Galicia, la competición de Podemos tampoco opera con IU sino con sus socios de las Mareas, que también aspiran a convertirse en un actor propio, tras barrer al BNG. En un contexto ya de precampaña autonómica, Podemos estará presionado para transigir, a fin de dar verosimilitud el escenario de que la izquierda galleguista arrase en la izquierda ante un PSOE gallego menguante. Lo que pase en Galicia (sorpasso de las Mareas, posibilidad de que el PP pierda la mayoría) puede ser una de las claves tanto de la gobernabilidad en España como de la evolución de PP y PSOE en los próximos meses.

Finalmente, Catalunya depara el mayor grado de incertidumbre política. Recordemos que en esta Comunidad, Podemos ya iba coaligado con IU (a través de su partido hermano EUiA), de modo que en este caso el efecto de la alianza será menor. Y sin embargo es aquí donde se detecta un mayor nivel de indecisos para Podemos, y donde está menos claro qué harán estos. Muy pocos (el barómetro no detecta ninguno) se irán al PSC, lo que da testimonio de la transformación política que está experimentando el sistema de partidos catalán. A ello se sumará la evolución de la competencia en el nacionalismo catalán, que parece ya claramente decantada hacia ERC y en detrimento de CDC, como apunta el sondeo del GESOP de esta semana pasada.

La relevancia de este eje (al que podríamos añadir el País Vasco) no solo debe medirse en proporción de votos y escaños. También en términos de peso político y constitucional. También para la supervivencia PSOE. Aunque Andalucía ha sido la espina dorsal del electorado socialista durante décadas, su músculo ha dependido del apoyo en el arco periférico en su conjunto. Fue allí donde el PSOE de Felipe González forjó mayorías absolutas, donde el PSOE de Zapatero acabó perdiéndolas y donde los líderes socialistas (y aún más los aspirantes) parecen resignarse a perder.

Podemos parece, de momento, estar recogiendo antiguos votantes socialistas a raudales en ese espacio perdido. Pero lo hace a costa de ir añadiendo creciente heterogeneidad en su espacio electoral y en su estructura organizativa. Por ello, las dudas no son tanto cómo se beneficiará de ello electoralmente el 26 de junio, sino si sabrá responder (y cómo) a las expectativas el día después.