IDEAS

Palabras necias

JOSEP MARIA POU

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Palabras necias, las hay. Algunas, las pobres, más por pasiva que por activa. Quiero decir que algunas lo son sin causa, de rebote. Atendiendo a la literalidad del refrán 'A palabras necias, oídos sordos', concluyo que aquellas que nadie oye, aquellas a las que muchos hacen oídos sordos, son, por definición, palabras necias.  

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La palabra sacarina, por ejemplo. ¿Han probado a decírsela a un camarero? Es en vano. No la oye. Por mucho que uno se esmere en la petición: "Un café cortado con sa-ca-ri-na, por favor", el café llegará a la mesa, fatalmente, con su sobrecito de azúcar. Si tímido, te atreves a reclamar devolviendo el azucarillo: "Le pedí sacarina, por favor", te asesina la mirada -en contrapicado- del camarero que te dice sin decir: "Ahora tendré que hacer otro viaje por tu culpa. Ya sé que a ti no te importa, pero llevo seis horas de pie, de la mesa a la barra y de la barra la mesa; si estuvieras en mi lugar -12.800 pasos cada jornada de trabajo-, no necesitarías sacarina para mantener la línea".

Otros, suficientes y precavidos, te miran distantes, retiran el azúcar y sacan el sobrecito de sacarina del bolsillo inferior del chaleco mientras piensan sin decir: "Aquí la llevo. Para ahorrarme el viaje, y para los tiquismiquis como tú. Ya sabía yo que me la ibas a reclamar. Te he oído a la primera, ¿qué te crees? Te has zampado dos  bollos y ¿ahora quieres sacarina? Serás bobito". Y digo bobito, donde  ellos piensan imbécil o gilipollas.

Que me aspen si exagero: en ocasiones he tenido que reclamar la sacarina cuatro veces hasta conseguirla. Será que hay palabras que no existen para ciertos gremios. Me da por imaginar que en el examen de camareros les someten a una prueba extrema: los examinadores se turnan gritando "¡¡sacarina!!" varias veces hasta agotar el aire de sus pulmones, y el camarero que menos oiga, el que menos reaccione, el que más impávido se muestre, se hace con el número uno de la promoción.

Se me ocurre ahora otra palabra de igual o parecido efecto. La palabra acuerdo, que algunos –parece que la cosa también va por gremios- se empeñan en ignorar. Dices acuerdo y se les genera hipoacusia repentina. No la oyen. Siguen como si nada. Por no acordar, no acuerdan ni ahorrarse unos cuartos en campaña.

Es entonces cuando la palabra, sorda pero no tonta, se toma su venganza, dándole la vuelta al refrán para retratarles: "A palabras sordas, oídos necios".