Las élites laboristas deberán esperar

ROSA MASSAGUÉ

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La decapitación política de Jeremy Corbyn deberá esperar. Los barones del Partido Laborista confiaban en un anunciado fracaso en las urnas de su propia formación en el ‘superjueves’ para quitarse de encima a un líder que no deseaban y que llegó a la cabeza del partido sin que ellos pudieran oponerse.

La lectura de los resultados electorales no es fácil porque se dirimían cosas muy distintas, pero en su primer encuentro con las urnas Corbyn no solo ha conseguido salvar los muebles de un partido que vivía en una fase de imparable y acelerada erosión desde los tiempos gloriosos de Tony Blair y la hoy olvidada ‘tercera vía’. El líder laborista ha recuperado para su partido la alcaldía de Londres ocho años después de haberla entregado a un tory vistoso y populista como Boris Johnson. Que un partido en plena decadencia recupere una de las grandes capitales europeas que es además el principal centro financiero europeo y que lo haga cuando en el seno del partido se ha desatado una fea polémica sobre el antisemitismo no es una gesta menor. Todo lo contrario.

En el resto de municipios de Inglaterra que renovaban el consistorio, los resultados también han sido mejores de lo que se esperaba y aunque en Escocia el laborismo que era hegemónico antes de la eclosión del independentismo queda ahora en un tercer lugar en el Parlamento de Holyrood, por detrás de un renacido partido conservador en aquellas tierras del norte, las pérdidas han sido menores de lo previsto. Y en Gales sigue siendo el primer partido aunque ha quedado en minoría.

Al Partido Laborista le está pasando algo muy parecido, aunque desde el extremo contrario del arco ideológico, a lo que ocurre entre los republicanos en EEUU con la figura de Donald Trump. Es la pérdida de peso de las élites del partido lo que les lleva a la parálisis y a la impotencia ante fenómenos que no pueden controlar. Son los ciudadanos indignados con el poder, llámese elites o llámese casta, quienes hacen oír su voz de forma directa.

Históricamente la elección del líder laborista la urdían los diputados del partido entre las paredes forradas de madera oscura de los pequeños despachos y los muchos bares del Parlamento de Westmisnter. La flor y nata del laborismo disponía de una tercera parte de los votos en la elección del líder (el resto correspondía a afiliados y sindicatos). Un nuevo reglamento dio a cada representante parlamentario un voto, igual al de cualquier afiliado. Para animar la elección del líder que iba a suceder a Ed Milliband algunos diputados con escasa visión de cómo respiraba una sociedad extenuada por la crisis decidieron impulsar la candidatura de un radical como Corbyn creyendo que nunca lograría alzarse con la victoria. Pero lo hizo. Las elecciones del pasado jueves eran la oportunidad con la que aquellas élites contaban para deshacerse del líder inesperado y se les ha vuelto a escapar de las manos.