IDEAS

Jenny Diski, una muerte anunciada

JORDI PUNTÍ

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Hace año y medio, en septiembre del 2014, publiqué aquí un artículo comentando la enfermedad terminal del escritor Clive James. Hacía años que le habían diagnosticado una leucemia y James había empezado a despedirse de amigos y lectores. Todo lo que publicaba tenía un aire sabio de finitud.

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Clive James siempre fue un autor particular y, bueno, de momento sigue vivo. Es más, todavía escribe e incluso tiene una sección semanal en el diario 'The Guardian'The Guardian, llamada 'Reportes de mi muerte'. Y que dure. Más o menos por esa época, otra autora que admiro -Jenny Diski- contó en un artículo que tenía un cáncer de pulmón incurable y que le habían dado entre dos y tres años de vida. Diski también es una narradora particular, sobre todo cuando mezcla la literatura de viajes y el tono memorial. Desde entonces, de vez en cuando publicaba un artículo en la 'London Review of Books' y describía su vida de paciente, siempre con ironía, belleza y una gracia literaria que hallaba la distancia justa entre la emoción y la constatación esencial de que esto se terminaba. Recuerdo un texto muy bestia, titulado '¿Quién será el último?', en el que hablaba de la decisión de hacer público su estado terminal y lo convertía en una carrera entre varios escritores. Oliver Sacks (que murió en agosto)Oliver SacksHenning Mankell (que murió en octubreHenning Mankell ), luego ya venían ella y Clive James...

Al final esos dos años de vida se han acortado y Jenny Diski murió el pasado jueves, a la edad de 69 años. Gracias a la tenacidad de la editorial Circe, los lectores en castellano pueden disfrutar de muchos de sus libros. Yo la conocí gracias a un volumen de cuentos, 'Mi hermano Stanley', pero me interesa más su obra de no ficción, inclasificable, a caballo de las memorias, los libros de viajes y la reflexión vital. Si tuviera que escoger uno, sin duda sería 'De los intentos de permanecer quieto', en el que habla de viajar y a la vez estarse quieto, y estar solo, acompañada sobre todo de la lectura de los ensayos de Montaigne. “Nunca no estás solo teniendo una mente”, escribe, y me gusta pensar que en los últimos años eso mismo era un consuelo.