Soria dimite, Rajoy ha de explicarse
Desde el jueves estaba cantado lo que ayer acabó ocurriendo. José Manuel Soria, ministro de Industria, Energía y Turismo en funciones anunció su dimisión. También esta vez -como en el caso de Ana Mato, en el 2014- Mariano Rajoy, su jefe, mentor y amigo, no ha tenido ni que mojarse con una destitución. Por imperativo legal, en este Gobierno que se arrastra desde hace más de 100 días en funciones solo cabe la renuncia, no la destitución pues en la práctica ya no hay ministros. Un ejemplo de cómo están las cosas y de cómo pueden llegar a estar si seguimos así hasta septiembre.
Vivimos un capítulo más de la larga serie de casos de corrupción que ahogan al PP, aún con más insistencia tras las elecciones del 20-D (siete escándalos y decenas de imputaciones) y ante los que el presidente del Gobierno en funciones solo pretende capear el temporal, impasible el ademán. Pero es tal el despropósito, que Soria ni siquiera dimite por haber administrado una sociedad opaca en un paraíso fiscal y habernos engañado negándolo. Dimite formalmente por no saber explicar los entresijos de tan complicada operación (legal, por supuesto). De ser así, estaríamos ante un problema de incompetencia en la comunicación, no de presunto fraude.
Ayer decía el ministro de Hacienda en funciones, Cristóbal Montoro: «No se puede estar en el Gobierno y haber operado con sociedades en paraísos ficales». No sabemos si Rajoy comparte esa opinión. El Congreso de los Diputados es el lugar oportuno para escucharle. Esta vez, el presidente no puede desentenderse, Soria es un cargo nombrado directamente por él. No es de recibo el argumento de Soraya Sánez de Santamaría de que el exministro ya se ha explicado.
Decía Rajoy en la entrevista a Jordi Évole en la Sexta, que había que ver las cosas desde el lado positivo: que hay más políticos honrados que corruptos, o más gente que cumple con Hacienda, que la que defrauda. Una obviedad que define cuál es la visión de la corrupción y el fraude de quién desde hace cuatro años dirige los destinos del país. Quien ve en cada caso de corrupción un mero hecho aislado, que se suma a otro sin más, reflejo de una sociedad en la que hay manzanas podridas, y no es capaz de entender que su organización es parte principal de la lacra que arruina a la sociedad, no puede ser garantía de solución. Es parte del problema.
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