Cicatrices

DOMINGO RÓDENAS DE MOYA

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No se les ven, pero la gente con la que te cruzas por la calle va cosida de cicatrices. No todas han cerrado bien. Algunas siguen infectadas, se abren de vez en cuando y supuran. También duelen e incapacitan. Pero, como son heridas internas, no se ven y a veces ni siquiera el dañado sabe a carta cabal qué le ocurre. Casi todas esas llagas proceden de cuando el mundo es ancho, ajeno y ambiguo, de la infancia, y por eso no tienen buen pronóstico. Hemos sabido que, en los maristas de Barcelona, por lo menos tres profesores infligieron esas lesiones en algunos niños. Uno de esos pervertidos se excusa diciendo que era "como cosa de críos", restándole repulsivamente importancia a los abusos que perpetró (véase EL PERIÓDICO del 3 de marzo). En la recomendable película 'Spotlight', Thomas McCarthy cuenta la investigación que el 'Boston Globe' realizó sobre decenas y decenas de curas pederastas que satisficieron sus instintos a costa de muchas criaturas y durante años con anonadante impunidad; en un momento, el rostro perplejo de uno de esos perturbados, cuando la periodista le pregunta "por qué", refleja con elocuencia que no existen respuestas razonables. Mientras los pederastas de los maristas y el sacerdote bostoniano siguieron su vida -y su depredación infantil-, los niños violentados tuvieron que crecer callando por miedo o vergüenza, sufriendo que ese cáncer en su memoria estuviera lejos de estar curado.

A esa experiencia terrible, José Antonio Masoliver Ródenas la ha llamado 'La inocencia lesionada' (Acantilado), que es el título de una reciente y brutal novela. El pederasta aquí se llama Pedro Ribas y elegía a sus víctimas entre los alumnos de una academia del Masnou, a finales de los años cuarenta. El choque entre la inocencia infantil y la perversa manipulación del adulto sobrecoge. El relato es poco concesivo y puede producir incomodidad pero, ajustado a la perspectiva infantil, rezuma una rara y áspera autenticidad. Una nota del autor revela el motivo: todo sucedió tal como se narra y Masoliver ha "decidido romper por fin el silencio". Lo hace en el momento oportuno y pone las herramientas precisas del arte literario al servicio de una denuncia moral. También para esto es útil la literatura.