Reflexión en el Hospital Clínic

El mundo de hoy

¿Cuántos sirios sienten, como narra Stefan Zwieg, el lamento de una vida desgarrada por el fanatismo?

ilus-30-3-2015

ilus-30-3-2015 / periodico

SAÏD EL KADAOUI

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El setenta aniversario de mi padre llegó de la mano de una muy mala noticia: un tumor maligno. Apenas hace un año. Sus 71años los hemos celebrado temerosos de las temibles recidivas pero contentos; más esperanzados. Las horas pasadas en el Hospital Clínic de Barcelona darían para mucho, quizás para un libro íntimo; los pensamientos de un hombre de 40 años que se coloca delante de los ojos de su padre y trata de imaginarse, de averiguar, todo lo que se esconde detrás. ¿Qué pensamientos acompañan esta mirada? Entre todas las preguntas, una que es la razón de este artículo: ¿Pensará que ha valido la pena todo lo que sufrió cambiando de país, de continente, de lenguas, de cultura o debe estar arrepentido?

De forma un tanto obsesiva, y durante bastante noches, antes de acostarse, cogía el iPad y me descargaba un documental de la cadena Arte sobre la vida de Stefan Zweig y me dormía afligido por la vida de mi padre y por la de este magnífico escritor. En un primer momento no me había dado cuenta del motivo de esta obsesión. No había establecido ninguna relación entre la enfermedad de mi padre y la necesidad irreprimible de dormirme con este documental. Zweig murió (se suicidó) lejos de su amada Europa y mi padre, afectado por la noticia, había convocado a todos sus hijos para hablarles de su probable muerte, con una pena añadida, morir lejos del su amado país. Quería vivir, nos dijo, pero si no superaba la operación, quería morir tranquilo y que estuviéramos tranquilos nosotros, sus hijos y su mujer. Es, dijo, el curso natural de la vida. Si me muero, sin embargo, asegúrese de que sea enterrado en Marruecos. Zweig, en su libro autobiográfico 'El mundo de ayer', escrito en Brasil, dice que ya no es de ninguna parte. En todas partes, dice, soy forastero y, en el mejor de los casos, huésped; también he perdido mi patria propiamente dicha, la que mi corazón escogió, Europa, desde que se ha desmenuzado, suicida, en dos guerras fratricidas.

EMPOBRECIMIENTO CULTURAL

Mi padre salió de un país que venía de liberarse de la colonización francesa y española para caer en manos de un régimen abyecto, peor que la propia colonización. Amplío el foco y veo que la noticia de la enfermedad de mi padre coincide con el goteo incesante de malas noticias del mundo que mi padre considera suyo, el mundo musulmán. No olvidemos que uno de sus principales problemas, uno de tantos, es el empobrecimiento cultural. La cultura, el conocimiento imprescindible que permite a las personas saber quiénes son. En palabras de nuevo de Zwieg, la cultura es lo que nos permite obtener de la tosca materia de la vida, sus ingredientes más exquisitos. Entre este goteo de malas noticias, una de espantosa: el abandono de su país de muchos sirios y su fuga en Europa. ¿Cuánta gente debe sentir lo mismo que tan bien narra Zweig, el lamento por una vida desgarrada por el fanatismo? El mundo de hoy, me digo, es peor todavía. Recibimos a esta gente desgarrada cerrándoles el paso. Vuelvo al Hospital Clínic y me doy cuenta que entre los profesionales, los médicos, los radiólogos, los enfermeros, los auxiliares, hay gente de muchas procedencias: un cirujano catalán de pura cepa, aficionado a la buena cocina, otro cirujano sirio precisamente, un radiólogo también sirio, una médica oncóloga con apellido probablemente asturiano, una enfermera con aspecto oriental, otra con acento latinoamericano etcétera. Entonces experimento un sentimiento de alegría y me digo que mi padre se encuentra mucho mejor, ha recuperado el humor y la esperanza, gracias al saber hacer de todo este equipo multidisciplinar y multitantas otras cosas. ¡Este es el mundo de hoy! Mucha de esta gente a la que le cerramos el paso, muchos de ellos jóvenes con empuje, con formación, preparación y que deberían convertirse en el futuro de Siria, con valores universales y admiradores de la democracia Europea, tal vez serían los cirujanos , profesores de lenguas (algunos hablan seis) médicos, arquitectos y pensadores que nos ayudarían a hacer un país mejor, un continente mejor.

LIBERTAD PERDIDA

Quizás estamos cerrando el paso a mucha gente que podría formar parte de un equipo profesional y humano que, como el equipo del Clínic que con tanto cuidado, profesionalidad y calor humano, está tratando a mi padre, nos podrían ayudar a tener más esperanza y confianza en el futuro. Que no nos pase como a la generación vienesa de la que habla Sweig en su maravilloso libro, cuando dice que «tan solo cuando, unas décadas más tarde, pared y techo se derrumbaron sobre nuestras cabezas, reconocimos que los fundamentos hacía tiempo que estaban socavados y que con el nuevo siglo había comenzado en Europa el ocaso de la libertad individual».