Puro sentimiento

Hay muertos que te dejan el corazón en un puño a pesar de tratarse de gente que no forma parte de tu árbol genealógico

DANIEL VÁZQUEZ SALLÉS

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Hay muertos que te dejan el corazón en un puño a pesar de tratarse de gente que no forma parte de tu árbol genealógico. Estos muertos que hieren como si fueran fallecidos de tu propia sangre suelen formar parte de un baúl sentimental que, en su mayor parte, está lleno de recuerdos y vivencias que provienen de tu época de formación y Cruyff fue puro sentimiento.

Johan Cruyff ha muerto y la sensación de vacío es inmensa. De repente, he vuelto a la calle María Barrientos dónde vivíamos los Vázquez y los Sallés, en pleno barrio de Les Corts, y me veo cruzando el asfalto de la mano de mis padres para asistir por primera vez a un partido de fútbol. Tengo siete años y voy a ver a Johan Cruyff, el holandés volador que ha devuelto al Barça la ilusión de vivir tras muchos años de depresión.

AMOR POR EL FÚTBOL

Johan Cruyff me hizo amar el fútbol y a convertirlo en una religión. Hasta que el holandés no aterrizó en el Camp Nou, el balompié, así le llamaban los académicos obstinados en castellanizar los anglicismos, era un deporte que veía con cierto recelo. Domingo si, domingo no, mis padres desaparecían de casa por culpa del fútbol y yo les esperaba impaciente hasta que volvían, dos horas más tarde, junto a un montón de amigos con ganas de beber, de fumar y de discutir sobre una vida controlada por el Caudillo. Una pesadilla.

Sería una exageración decir que Cruyff me cambió la vida pero casi. Desde que vi a Johan supe sin entenderlo que mi existencia estaría ligada para siempre a una religión panteísta y en la que ese tipo flaco y de cambio de ritmo eléctrico iba a ser unos de sus dioses. Desde que le vi por primera vez en aquel otoño de 1973, convertí a Cruyff en mi ídolo espiritual y le seguí allí dónde su espíritu iconoclasta le llevó. Si una vez he llorado lágrimas gordas como puños fue cuando la Naranja Mecánica perdió el Mundial de 1974 frente a la Alemania de Franz Beckenbauer y desde entonces sufro de deshidratación.

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Si una vez estuve a punto de perder la fe fue durante los aciagos años de la década de los 80 y fue Cruyff, con su vuelta al club como entrenador, el que me devolvió la confianza en una religión que durante los últimos años me ha salvado de caminar por caminos aciagos. Este gran Barça capitaneado por Leo Messi que expande su perfume de gran fútbol por el mundo y que no para de reclutar adeptos no hubiera existido nunca sin Cruyff y sus cruyffadas.

Mi padre solía decirme con cierta sorna: “Daniel, la vida no es como la esperábamos”. Es cierto, pero Cruyff cambió la historia del Barça y, casi, la de mi vida.