La clave

Una larga Semana Santa

A estas alturas esperábamos un vertiginoso viaje con curvas y resulta que nos hemos metido en una tediosa recta a ninguna parte, con el país en piloto automático.

JOAN MANUEL PERDIGÓ

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Ha comenzado una Semana Santa con la mayor actividad desde que comenzó la crisis en el 2008. La placidez de estos días se ha enlutado con el trágico accidente de Freginals y la pérdida de Carles Flavià. Mientras, la vida política discurre en Catalunya y en Madrid como si estuviera de vacaciones desde hace semanas. Parece mentira, en septiembre del año pasado calculábamos que a estas alturas las cosas habrían cambiado lo suficiente como para creer que se abriría una nueva etapa que dejaría atrás alguna de las lacras generadas en estos casi 40 años de democracia restaurada.

Craso error. En Catalunya seguimos jugando al gato y al ratón procurando no hacernos daño, al límite de las palabras y esperando que la regañina no acabe en mamporro. Vivimos en el surrealista equívoco de un Parlament que declara solemnemente su insumisión ante el Constitucional mientras el Govern se dirige a él cada vez que el Ejecutivo de Rajoy da una vuelta de tuerca a su asfixia. Ya solo nos falta recurrir el sorteo de Champions por el evidente trato de favor al Madrid. Quienes mandan en Catalunya pasan el tiempo a la espera de que algo se aclare en la capital del Reino. Corren los días y, aunque la versión oficial sigue descontando plazos a los 18 meses para la 'desconexión', nadie en su sano juicio apuesta su salario a que eso pasará. Puigdemont, el primero como leímos ayer en este diario.

El Congreso, bien gracias

El Congreso, bien graciasPero sus señorías en Madrid no lo tienen mejor. Queda menos de mes y medio para la imperativa convocatoria electoral que hoy nadie desea y ninguno acierta a detener. El cambio esperado está afectando antes a las entrañas de los partidos que a la relación de fuerzas general. Podemos vive una trifulca peor que la de los bolcheviques a la muerte de Lenin; Rajoy mira de reojo cómo afilan cuchillos los enemigos de siempre y los que aún se dicen amigos; Sánchez sabe que en casa muchos esperan el fracaso para despedirle, y Rivera teme que tanto elogio demoscópico acabe igual que el 20-D. A estas alturas esperábamos un vertiginoso viaje con muchas curvas y resulta que nos hemos metido en una tediosa recta a ninguna parte, con el país en piloto automático.