Dinero de helicóptero

GUILLEM LÓPEZ CASASNOVAS

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Hablar de dinero de helicóptero forma ya parte del abanico de metáforas comunmente utilizadas en los medios y en la opinión pública: sin embargo, continúa confundiendo a mucha gente. La simplificación con la que se utiliza no contribuye a la causa de la propia idea ni al buen nombre de la labor de los economistas, enredados en la trama de la divulgación de tertulia y en el lenguaje pretencioso del cientifismo académico.

La idea de Friedman, recordemos que teórico de pocos amigos en la política económica estatalista, era animar a los agentes económicos privados mediante la utilización de la emisión de la deuda para relanzar la actividad económica. No de la forma en que lo harían los keynesianos, que apostarían por gastar más desde el sector público, a saber con qué criterio, sino poniendo el dinero directamente en las manos de los ciudadanos sujetos a su criterio de gasto. El propósito de “lanzar” estos recursos desde la ventanilla del aparato era darles un destino aleatorio (ni a los pobres como haría una política social, ni a los ricos como estamos haciendo hoy en cierta medida con las ayudas a los bancos), si no a la población en general, sin el sesgo distributivo. Y decisión de “lanzarlos” se justifica porque con cualquier otra alternativa (irlos a buscar a la ventanilla del subsidio o aprovechar la facilidad de crédito), la distorsión en un sentido u otro estaría garantizada.

Una versión suavizada de la idea keynesiana pero no estatalizada podría consistir en que los países de la UE redujeran hoy su presión fiscal. Pongamos que se hace de manera porcentual a las cargas fiscales o a tanto alzado. Por un periodo de tiempo limitado y en cantidad acotada, está claro que esto aumentaría los déficits públicos de muchos estados y aquí es donde actuaría el BCE con una emisión de deuda que cubriría exactamente los agujeros creados: mutualizaríamos de esta manera la financiación del empujón al consumo o a la inversión privada que esta estrategia pudiera crear. Tendría la ventaja de ir a parar directamente al bolsillo de los contribuyentes, bajo el criterio de lo que estos decidieran gastar, “vale lo que cuesta”, y evitaría las recurrencias en los gastos que tan a menudo se generan con los impulsos al gasto ordinario público financiados poco ortodaxamente con un recurso extraordinario como es la deuda. Ciertamente, el multiplicador sería limitado si la propensión marginal a ahorrar el euro recibido fuera más grande para los contribuyentes que para la población en general, como pasaría con la burda versión del dinero de helicóptero, pero se ganaría en eficiencia.

Finalmente, una tercera versión más refinada de la metáfora económica consistiría en que el helicóptero lo pilotara un experto inversor, pongamos el Banco Europeo de Inversiones, y que este artefacto sobrevolara la UE buscando aquellos ámbitos que generaran los mayores efectos sobre la actividad económica conjunta.  Y al lado del experto Supermario, como se conoce a su presidente, el BCE iría anotando el objetivo y el coste para emitir deuda y financiar el gasto con mayor impacto. Anotemos en este párrafo que esto ligaría mejor con una especie de política fiscal vinculada a la monetaria, pero sin cuota necesariamente vinculada a la presión fiscal originaria de un país o a su peso poblacional. La aceptación de esta solidaridad para cubrir los costes de esta financiación se justifica por una buena causa de consumo e inversión, ahora sí privados, en una UE sin fronteras. En un momento en que Europa está atrapada en intereses nacionales y solo una política monetaria agotada se puede considerar compartida, quizás no nos queda otra opción que poner en manos de expertos lo que la política no consigue resolver: al menos al levantar la vista (helicóptero), saber qué terreno se pisa (evaluando objetivamente las inversiones) y poniendo en una bolsa común la financiación (mutualizando la deuda).