De abejas y liderazgo femenino

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El ‘síndrome de la abeja reina’ es un concepto acuñado en los años setenta para describir la actitud hostil hacia las mujeres por parte de aquellas que han alcanzado posiciones de liderazgo, responsabilidad o autoridad en el ámbito laboral.

La ironía de este síndrome es que mujeres que habían experimentado grandes obstáculos para llegar a lo más alto por el hecho de ser mujer, una vez en la cima, estarían reproduciendo estas mismas actitudes sexistas hacia sus subalternas. Las explicaciones más habituales que se dan a esta síndrome es que la abeja reina saca beneficio, en forma de prestigio, de su condición de minoría en un entorno hostil; que esa condición de minoría en un ambiente altamente competitivo la alienta a obsesionarse con mantener su autoridad, o que cree que, si ella no lo ha tenido fácil, el resto de mujeres no tienen porqué tener un camino más plácido.

Un estudio de la Columbia Business School y la Universidad de Maryland hecho público el año pasado cuestionaba el mito de la inherente maldad de la abeja reina. La investigación analizó los equipos directivos de 1.500 compañías durante veinte años. Según el estudio, aquellas compañías con una mujer al mando tenían más posibilidades de tener mujeres en puestos directivos. En cambio, cuando las mujeres obtenían un alto cargo que no era el de más responsabilidad, la posibilidad que otras mujeres alcanzaran otro puesto directivo se reducía notablemente. Los investigadores apuntaban como posible explicación que, para esas empresas, incluir una mujer en sus puestos directivos era una cuota para quedar bien ante la opinión pública.

Así pues, de haber abejas reinas, no será porque las mujeres seamos malas entre nosotras, sino porque hay condiciones laborales que nos alientan a ello.

Contar con los apoyos necesarios es fundamental para llegar a los puestos más altos. En muchos casos, la confianza hacia una persona es tan o más determinante que sus méritos. Además de la imagen de la abeja reina, que haría desistir a muchas mujeres de buscar mentoras o tejer lazos de complicidad con otras compañeras, hay factores que dificultan que las mujeres podamos establecer esas redes.

Las personas suelen buscar inspiración o relación con aquellas que ostentan el poder o son figuras de liderazgo. Si hay más hombres ocupando estos puestos, las mujeres preferirán establecer lazos con ellos antes que con otras mujeres que, como ellas, estén incorporándose en ambientes llenos de referentes masculinos.

La organización social ha dado más facilidad a los hombres para construir redes de contactos, al haber desarrollado su trabajo laboral en el ámbito público y al disfrutar de más tiempo libre debido al menor tiempo dedicado a las tareas domésticas. En cambio, debido en parte a las desigualdades de género, las mujeres hemos tendido a construir lazos de colaboración entre nosotras con una finalidad reactiva, de protección o autodefensa. Es decir, nos unimos ante las discriminaciones laborales, ante la violencia contra nosotras por el simple hecho de ser mujeres o ante leyes que quieren coartar nuestros derechos sexuales y reproductivos.

Finalmente, la existencia de cuotas masculinas que han hinchado la representación de los hombres en las esferas de poder ha alimentado la percepción que las mujeres solemos competir por un trozo de pastel más pequeño. Esta percepción, por un lado, aumenta la competitividad entre las contrincantes. Y, por el otro, nos ha hecho desistir de disputar el poder directamente a los hombres.