Al contrataque

El roce y el cariño

Entre los humanos, y contra lo que suele decirse, el roce no hace el cariño; más bien lo contrario

Melody Ruiz y José Casanovas juguetean con unos perros ante el puente del Potosí.

Melody Ruiz y José Casanovas juguetean con unos perros ante el puente del Potosí.

MILENA BUSQUETS

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Una de las frases hechas que más detesto y que más locas y absurdas me parecen es la de que «el roce hace el cariño». En mi humilde opinión y después de toda una vida de trabajo de campo muy esforzado y voluntarioso, yo diría que es más bien lo contrario. El roce hace el odio. O, para utilizar otra frase hecha, «tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe». No siempre, claro. Hay excepciones. Hay cántaros de muy buena calidad, muy resistentes. No quisiera por nada del mundo desanimar a los jóvenes que están leyendo estas líneas y que se inician ahora en las diversas modalidades del roce. Pero la cruda (y resistente) realidad es que las excepciones que yo conozco no suelen ser humanas.

El roce con el perro que te plantifica tu novio en casa sin avisar puede hacer el cariño, sí. He visto a personas que decían no sentir ningún interés especial por los animales, seducidas absoluta y eternamente por un perro. Pero claro, por un lado, se tiene que ser muy desalmado para no encariñarse con un animal y, por otro, los perros son grandes seductores. Combinan a la perfección la lealtad, el gusto por el juego, los silencios largos, el entusiasmo desenfrenado y el respeto. De hecho, podrían dar lecciones de seducción y simpatía a más de un humano. A las personas que van por ahí sin saber cómo actuar, yo les diría: compórtense como un perro (de los de verdad) y acertarán.

También el roce con una ciudad puede hacer el cariño. De joven, uno sólo se enamora de personas y suelen ser amores rápidos y fulminantes, y el decorado importa poco. El amor por las ciudades es más bien cosa de viejos. Requiere tiempo y paciencia. Las ciudades deben recorrerse a solas, es necesario tejer con ellas una relación de tú a tú. Ninguna ciudad se entrega fácilmente (uno de los mayores regalos que puede hacerte alguien es entregarte una ciudad, abrirla para ti, quitarle la cáscara, desgajarla), excepto Nueva York tal vez, que al ser el corazón palpitante del mundo -como debió de serlo Roma mientras duró el Imperio romano o Atenas en el siglo VI antes de Cristo- tiene algo de prostituta callejera. Yo he tardado toda la vida en enamorarme de mi ciudad, Barcelona, y ahora por fin la miro, no la doy por sentado, la recorro con cuidado, la disfruto.

Comportarse como perros

El roce con los libros también hace el cariño y ese sí que es un cariño eterno, un amor que no falla nunca. El roce con la coliflor, el brócoli o el hígado, no. El roce con la belleza, sí.

En fin. Cuiden de sus cántaros, que no se rompan. Y, ya saben, en caso de duda, compórtense como perros. Suele ser la mejor opción.

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