Pequeño observatorio

Palabras para una mujer tranquila

Muriel Casals era una persona serena que tenía el autocontrol de los buenos maestros

JOSEP MARIA ESPINÀS

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El hecho es muy serio, y muy triste, pero el lector me tendrá que permitir que escriba la primera palabra que me ha salido cuando he sabido el hecho: «¡Qué batacazo!».

La muerte de Muriel Casals es un golpe muy fuerte. No lo pueden suavizar las frases que sobre la muerte hayan escrito los pensadores, los filósofos, los moralistas, los poetas. Cuando vivo una muerte como esta pienso que toda la literatura funeraria es una frivolidad.

Quizá también, ahora, el impulso irresistible de poner adjetivos a la muerte de Muriel Casals es una necesidad que siento -que sentimos- de ser justos con nosotros mismos. Si he admirado a esa persona, si me he identificado con ella cuando vivía y no se lo he dicho nunca, hacerle un elogio ahora que no lo puede recibir no me hace sentir cómodo. De modo que si ahora hablo es para tranquilizarme a mí mismo.

No tuve ningún contacto personal con ella. La escuché en la radio, la vi en la televisión. Como todo el mundo, me hice una imagen de quién era, de cómo era. Me parecía una persona serena, como lo son todas las personas que están convencidas de que hacen lo que tienen que hacer, sin que las mueva la ambición ni el lucimiento. ¿Hay alguna actitud más positiva que la de creer que se puede hacer un servicio a la comunidad?

La actitud de Muriel Casals ha sido una actitud moral. Aquel consejo clásico que dice «conócete a ti mismo» es muy importante, pero aún lo es más querer conocer a los demás, ser solidario y, si es preciso, ponerse al frente de ellos para ayudarles a crecer.

Muriel no fabricaba mítines, fabricaba explicaciones, con una voz tranquila y clara. No le oí nunca ningún grito electoralista, ningún truco de la oratoria. Tenía el autocontrol de los buenos maestros. Ya hacía tiempo que pedaleaba por los caminos que llevan a la justicia y la libertad democrática. Ha muerto cuando avanzaba por su carril.