Al contrataque

La mirada del otro

Una vista de la prisión de Nanclares de Oca.

Una vista de la prisión de Nanclares de Oca.

ANA PASTOR

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Estuve encogida en el asiento durante los 70 minutos que duró la función. Al terminar me dolían las manos de la tensión. Tenía hasta frío. Es una obra valiente. Y para mí lo es, en gran medida, porque representa todo lo que yo no sería capaz de hacer. Escuchar y perdonar a alguien que te ha destrozado la vida. Durante esos 70 minutos ves a la hija de una víctima de ETA (maravillosamente interpretada por María San Miguel) que decide dar el paso de conocer al terrorista (el actor Pablo Rodríguez) que asesinó a su padre. Esa hija podría ser una madre, un padre, cualquiera de las más de 800 personas que ETA ha matado hasta la tregua del 2011. 'La mirada del otro' se inspira en la iniciativa 'Vía Nanclares', la prisión en la que algunos terroristas con ayuda de mediadores dieron el paso de pedir perdón a las víctimas.

La posibilidad se ofreció a los terroristas que ya habían demostrado una ruptura con la banda, que habían condenado la violencia de manera expresa y habían mostrado arrepentimiento. A cambio no recibirían ningún tipo de beneficio penitenciario. Algunas víctimas declinaron la invitación a participar en los «encuentros restaurativos» y otras aceptaron. En total, 15 encuentros entre 25 personas. Los que quisieron y los que no quisieron merecen el mismo respeto. Todos tienen sus motivos.

La obra de teatro en la que se narra todo esto es ahora noticia porque el ayuntamiento de Cartaya, en Huelva, la programó y después la suspendió. La compañía asegura que la censura llega después de la polémica de los titiriteros de Madrid. He hablado con el ayuntamiento y niegan censura. Afirman que más adelante la función podría volver a incluirse en sus planes culturales. Ojalá sea así y ojalá no exista tentación de vetar nada.

MATAR POR MATAR

Porque 'La mirada del otro' entra de lleno en algo que muchos de los que justifican todavía hoy la violencia de ETA no querrían ni ver ni oír nunca, porque les obliga a escuchar a uno de los suyos reconocer que no sirvió para nada y que mataban por matar (algo que todos los demás ya pensábamos). Y porque habla de un acercamiento que a mí me parece imposible.

«Recuerdo que un día me desperté pensando: no eres un héroe revolucionario, eres un asesino, un simple asesino», dice Aitor. Y frente a él, Estíbaliz, evocando a su padre: «Me gustaría volver a ser pequeña. Aunque fuera un rato. Que me lleve de paseo al monte. Agarrarme de su pierna y pedirle que camine. Hacerme la dormida para escuchar cómo susurra: ¿se ha dormido?. Pelearme con mi hermana solo para escucharle otra vez que las cosas se arreglan hablando. Darle las notas para que me las firme. Ir a esperarle a la puerta del trabajo, como cuando no pasaba nada. Escucharle reír. Eso. Solo eso: escuchar cómo se ríe. O, aunque sea, poder decirle adiós y darle un beso».