La distribución de la riqueza

Crecimiento empobrecedor

La explosión de la desigualdad no es un fenómeno accidental, sino un efecto de la gestión de la crisis

JOSEP LLADÓS

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Las políticas redistributivas bien diseñadas y orientadas adecuadamente no solo fomentan sociedades más justas. También ponen las bases para hacerlas más prósperas, porque crecimiento y equidad son dos objetivos complementarios. Se sabe que ampliar la distancia entre privilegiados y desvalidos es un negocio pésimo que pone el germen de crisis futuras, pues una sociedad menos cohesionada tiene menor capacidad para invertir en capital humano. Las capas sociales menos opulentas ven limitadas sus oportunidades para alcanzar una educación de calidad, ofrecer un rendimiento productivo elevado y progresar socialmente. Si el crecimiento económico no se acompaña de una mayor cohesión social, el ciclo expansivo es mucho más corto.

Sin embargo, cuando apenas percibimos luces tenues que apuntan la salida del túnel, en su reflejo se vislumbra una sociedad profundamente excluyente. Informes recientes de Oxfam, el ayuntamiento barcelonés o la OCDE evidencian que el modelo económico que emerge tras el socavón está intrínsecamente sesgado.

El mayor impulsor de desigualdad social es la ausencia de oportunidades de empleo. Desempleo y retroceso de políticas sociales ensancharon una brecha social que ya crecía antes de la crisis por la competencia global y un cambio tecnológico que elimina lugares de trabajo y automatiza muchas tareas rutinarias y repetitivas. La sociedad digital exige nuevas habilidades en el puesto de trabajo y cuestiona la vigencia de las capacidades y competencias existentes.

No debería sorprendernos que en España sea donde más ha crecido la desigualdad y mayores sean los riesgos de pobreza y exclusión social, dado el escandaloso aumento del paro. El desgarro es de tal magnitud que apremia a corregir las prioridades públicas, pues para los más jóvenes se ha perdido la correlación entre cualificación e ingresos.

Pero la explosión reciente de la desigualdad no es un proceso accidental o espontáneo, mucho tiene que ver con la gestión política de la crisis. Le corresponde a la política económica combinar sabiamente los mecanismos de generación de riqueza con unas pautas de distribución social más o menos equitativa. Y si en España el reparto de los dividendos del crecimiento ya fue desigual, la distribución de los costes del ajuste posterior ha sido desproporcionada. Ante la tormenta financiera, se optó por virar a favor de quienes disponían de una mejor posición de partida.

El trato asimétrico ha sido moneda común en la acción política, inclinada hacia los grupos más poderosos o con mayor capacidad de presión. Ya resultó sonrojante que el sonoro fracaso de las instituciones supervisoras tuviera tan poca rendición de cuentas y que los errores de gestión de algunos derivasen en cuantiosos rescates públicos mientras la mayoría del sistema productivo sufría para acceder a nueva financiación.

Tampoco ayudan a construir una sociedad más equitativa las periódicas reformas legislativas del mercado laboral que resultan en más segmentación, abuso del empleo precario, sesgo salarial entre géneros y una elevada rotación. Mitigan las penurias del desempleo pero no conducen a un futuro mejor. Los afectados suelen tener menores opciones de formación y recibir retribuciones poco acordes a su rendimiento. Y cuando el ingreso principal de un hogar procede de fuentes inestables, evadirse definitivamente del umbral de pobreza se convierte en una odisea.

La persistencia de la dualidad en el mercado de trabajo ha alejado estrepitosamente la relación entre remuneración y productividad. En los niveles inferiores de la escala salarial y mayormente en la cúspide. Mientras se procede a un severo ajuste de salarios y prestaciones, las rentas obtenidas por algunos altos directivos distan mucho de ser económicamente justificables.

El despropósito fiscal es todavía más nocivo, pues traslada la desigualdad generada por el mercado a la renta disponible de las familias. La asimetría aflora tanto entre los niveles de ingreso como entre sus distintas fuentes, hasta el punto de que el sistema fiscal desdibuja su carácter progresivo, pues distintas estrategias de ingeniería fiscal permiten a las grandes fortunas y corporaciones optimizar el pago de impuestos.

Argucias fiscales y recorte de prestaciones inducen un proceso que se retroalimenta en favor de quienes más capacidad tienen para invertir y percibir las rentas de menor gravamen fiscal. El diferente trato otorgado a las rentas del capital o a diversas figuras societarias en relación a las rentas del trabajo señala la dirección deseada por las autoridades económicas. No solo se cuestiona la sostenibilidad del Estado del bienestar, también se dibujan los trazos de un capitalismo con mayor protagonismo del mercado. Olvidan que nada hay más empobrecedor que una desigualdad excesiva.

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