Dabiz y las cucarachas fritas
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
FERRAN MONEGAL
Colosales espots publicitarios los que le dedica la cadena Cuatro al genio de la gastronomía Dabiz Muñoz. Le han montado un programa, titulado El xef, en donde Dabiz es elevado a gran superstar de la nueva cocina. No lo discuto. Lo describo. Sus restaurantes, el Diverxo y el Streetxo, son la base de este proyecto televisivo. Nos muestran sus montajes, sus inauguraciones, la frenética actividad que allí se produce cada día y, sobre todo, se nos muestra en clave superlativa el gran motor de todo este pequeño imperio -todavía- que no es otro que Dabiz. Probablemente estamos ante un verdadero supermán del arte culinario, a la vista de la hiperrevolucionada actividad que despliega. Una actividad en expansión que él mismo la dibuja así: «El siguiente paso, Londres. Luego, Nueva York, Singapur, París... No hay límites. Con Streetxo voy a ser el Roger Rabbit de la comida callejera. ¡Comida líquida!». Hombre, que va a toda pastilla es innegable. Pero más que la promoción de sus restaurantes, a mí me ha interesado más ver de pronto a Dabiz Muñoz circulando por Bangkok. Ha sido todo un espectáculo. En los mercados, por los tenderetes de la calle, comiendo y disfrutando a dos carrillos. Ante un puesto de venta de cucarachas nos decía, extasiado, cogiendo una con los deditos: «Son supercucarachas gigantes. Están crudas. Luego se frien. Está muy rico». ¡Ah! Cada país tiene un modo muy particular de alimentarse, sí. Hice una vez un viaje a Taipei y en los tenderetes de una calle ví que tenian ristras de murciélagos colgados con las alas extendidas. Los podías comer allí mismo, a la parrilla. No sabría decirles si aquello era una delicatessen finísima o un primitivismo alimentario para poder sobrevivir. En cualquier caso, Dabiz disfrutaba mucho. Decía: «Yo creo que en otra vida fui chino. Aquí me inspiro».
Rezuma este programa una sacralización del oficio de cocinero muy en boga en la tele últimamente. Enfocaron a un cliente que ante un plato de Diverxo decía con recogimiento y devoción: «Intentaré comer sin estropear nada». ¡Ah! Más que ir a cenar parecía que iba a misa a comulgar. A mí me gustó el momento en que el gran chef de Viridiana, Abraham García, dijo con retranca: «Soy detractor a ultranza de la vanguardia fátua, de los aires y las espumas. Eso solo interesa a una minoría pedante y probablemente desdentada». Estoy de acuerdo. Aquí lo que nos falta es dentadura.
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