Las medidas contra el cambio climático

Una transición ineludible

La única lucha auténtica contra el cambio climático consiste en sustituir el sistema de combustibles fósiles por uno totalmente renovable

JOAQUIM SEMPERE

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El artículo de Eduard Albors 'El transporte y el cambio climático', publicado el 5 de enero en esta sección, tiene la virtud de centrarse en un sector que es máximo emisor de gases de efecto invernadero (GEI) y ofrecer fórmulas para hacer más sostenible el transporte. El autor no se limita a esperar que los gobiernos y las grandes empresas emprendan las medidas salvadoras, sino que entra -como ingeniero de caminos- a hacer propuestas constructivas, revelando que ha comprendido que la Cumbre de París, del pasado mes de diciembre, no solo interpela a los poderes públicos, sino a toda la ciudadanía, y que no hay que esperar a que 'desde arriba' nos resuelvan la cuestión.

Ahora bien, quisiera ir más allá de lo que plantea el artículo. Por un lado, creo que subestima el peso del transporte en el consumo de energía, que no representa un 20% de las emisiones en Europa, sino cerca del 40%, y más del 40% en España. Quizá la diferencia radica en que no cuenta la energía consumida en los procesos de fabricación de vehículos e infraestructuras, que se denomina 'energía gris' y que también hay que contar. No se distingue energía primaria de energía final, como se ve cuando dice del ferrocarril, como un mérito, que «utiliza energía eléctrica». Desde el punto de vista del cambio climático no es significativo usar electricidad si ha sido producida con carbón o fuel derivado del petróleo, es decir, con combustibles fósiles que emiten GEI. Otra cosa, bien distinta, es si el tren se mueve con electricidad de origen renovable.

La quema de combustibles fósiles

Y aquí está la cuestión crucial que el cambio climático nos plantea: el efecto invernadero deriva de la quema de combustibles fósiles, combustibles que hoy representan el 85% de toda la energía comercial usada en el mundo. La única lucha auténtica contra el cambio climático consiste en sustituir el sistema fosilista de provisión de energía por un sistema 100% renovable. Todo el resto de propuestas pueden tener -como las que plantea Eduard Albors- una gran utilidad práctica para los gestores públicos en su tarea de mejorar el sistema de transporte. Pero la virtualidad contra el cambio climático de cualquier medida depende de su inserción en una estrategia clara de transición energética a un modelo totalmente renovable. Hay que decir que el principal fracaso de la Cumbre de París es no haber destacado este punto como tarea fundamental para el futuro inmediato.

En este sentido, esta cumbre habrá sido la última ocasión perdida de la comunidad internacional para hacer frente a una amenaza grave para la humanidad. Lo que necesitamos es un plan de inversiones masivas en energías renovables y en nuevos parques de artefactos que se adapten a su uso: calefacción/climatización, transporte, procesos industriales... Esto debe hacerse con una urgencia extrema.

Y no solo porque el cambio climático tiene inmensos peligros (sequías, inundaciones, desastres meteorológicos múltiples, elevación del nivel del mar, riesgo de difusión de enfermedades tropicales en zonas templadas y de reducción de la producción de alimentos para inadaptación de los territorios a nuevas condiciones climáticas), sino también porque las energías fósiles están destinadas a agotarse en pocos decenios. ¿Cómo nos adaptaremos a su agotamiento si no hemos preparado con suficiente anticipación la transición energética a las renovables?

La contribución de los particulares

Hoy sabemos, además-véase el libro del ingeniero Ramon Sans (con Elisa Apulia), 'La transició energètica del siglo XXI (TE21). El col·lapse és evitable', Octaedro, Barcelona, 2014- que un sistema 100% renovable no solo es técnicamente posible y económicamente viable, sino mucho más barato que seguir quemando fósiles. Y sabemos que los particulares podemos contribuir también a la implantación de renovables con nuestros ahorros gracias a las técnicas actuales (fotovoltaica, minieólica...), cuyo precio se ha puesto al alcance de muchos bolsillos.

Los gobiernos tiene que hacer frente a sus deberes. Ahora mismo, es preciso en Madrid un nuevo Ejecutivo que elimine urgentemente los obstáculos legales a las renovables irresponsablemente erigidos por el PP en los últimos cuatro años. Pero la Cumbre de París no debe verse sólo como un llamamiento a los gobiernos de cada país , sino también a los ayuntamientos, empresas y particulares para que entre todos hagamos avanzar la transición energética del siglo XXI.