Análisis

El derbi de la otra mejilla

ERNEST FOLCH

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Fue un partido o un sueño? Por primera vez en la historia, un partido del Barça terminó con un presidente de la Generalitat diferente al que había empezado el partido. De Mas a Puigdemont, el encuentro ante el Granada transitó por una especie de bruma irreal en la que el público por una vez estaba más pendiente de lo que sucedía fuera del campo que de una nueva exhibición de este presidente eterno que se llama Leo Messi.

La tarde irreal del sábado tuvo un sano efecto balsámico sobre un equipo que tras los dos choques contra el Espanyol vivió su momento máximo de sobreexcitación en lo que llevamos de temporada. Quién iba a decir que justo cuando mayor desigualdad deportiva hay entre Barça y Espanyol haya resucitado el concepto de derbi que, al menos los azulgranas, ya habían enterrado hace más de una década: ya se sabe que dos no se pelean si uno no quiere.

Las crónicas podrán decir que aquella vieja rivalidad del futbolín resucitó exactamente el día de Reyes del 2016, pero curiosamente lo ha hecho con tal virulencia que habrá que preguntarse si es sano pasar del cero al infinito a esta velocidad. La lamentable batalla campal del pasado miércoles degeneró a su vez en la famosa reyerta del túnel de vestuarios, que a su vez degeneró en declaraciones cruzadas pueriles fuera del campo, que a su vez degeneró en tuits vengativos.

MÁS RESPONSABILIDAD

El sustrato de este espectáculo denigrante ha sido que el Barça se ha hartado de las patadas recibidas y el Espanyol persiste en considerar el partido contra los azulgranas como el gran acontecimiento del año a través del cual se purgan todos los males. Digamos que el pique del Espanyol es estructural mientras que el del Barça es circunstancial, pero ni uno ni lo otro exime a ninguna de las dos partes de la triste exhibición de testosterona que nos han dado los últimos días.

Y es que el trámite del partido contra el Granada debería servir para que especialmente el Barça reflexione sobre cómo afrontar el partido de hoy, en el que no se juega nada pero se juega todo: nunca una eliminatoria tuvo tan poco interés, pero nunca un partido tuvo tanto morbo. Porque este miércoles no se va a decidir quién gana, algo que sabemos desde hace muchos días, sino quién sabe ganar, y es ahí donde los azulgranas tienen más responsabilidad que su rival.

Es lo que tiene ser un club que está instalado en la élite mundial: los juicios no pueden ser simétricos cuando tu rival es tan inferior. En Cornellà el Prat el Barça no tiene más remedio que aguantar estoicamente las acometidas del Espanyol, poner la otra mejilla y no caer en la tentación de arbitrar el partido por su cuenta. En la era Mourinho, el Barça transformaba en un juego maravilloso las patadas indignas de Pepe, y la única venganza posible era jugar bien. Toca pues volver a aprender algo que estos días parece olvidado. Y si el precio que hay que pagar es volver a enfriar los derbis y, como se dice ahora, enviarlos incluso a la papelera de la historia, bienvenido sea el sacrificio.