El problema territorial

Un derecho que es necesidad

Hay que pactar que Catalunya celebre un referéndum en el marco de una reforma del Estado

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JOSÉ ANTONIO PÉREZ TAPIAS

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En medio de una endiablada secuencia política, una pregunta reclama respuesta: ¿por qué tanto rechazo al invocado derecho de la ciudadanía catalana a decidir sobre la relación entre Catalunya y el Estado español, manifestando sus preferencias en consulta legal? La pregunta recae especialmente sobre el campo socialista, ya que el PSC, en su programa para las elecciones autonómicas del 2012, incluyó el llamado derecho a decidir. El PSOE mostró sus reticencias, hasta que, ayudado por los hechos, logró que los socialistas de Catalunya abandonaran dicho planteamiento.

El derecho a decidir, más allá del independentismo, tiene respaldo de otras fuerzas políticas, encontrándolo actualmente por parte de En Comú Podem, la variante en Catalunya de Podemos en las pasadas elecciones generales. Habida cuenta del éxito de dicha formación al quedar primera fuerza política en Catalunya, no faltan razones para pensar que en la comunidad catalana se consolida un alto porcentaje de ciudadanos y ciudadanas a favor de ejercer el derecho a decidir -se suele situar en torno al 80%-, de los cuales una gran parte estarían a favor de un referéndum, a la vez que no a votar  a la independencia. Va de suyo que dicha posición política necesita sólido apoyo en un planteamiento respecto al Estado español que suponga una propuesta federalista que contemple pasar del Estado autonómico a un Estado plurinacional.

Cuando, ante la posibilidad de una mayoría en el Congreso de los Diputados para un Gobierno de izquierda en el caso de que no consiga formarlo el PP, se presenta la cuestión de pactar un referéndum en Catalunya para esclarecer en las urnas su futuro, lo que procede, por los partidos que pudieran llegar a un acuerdo así, es enmarcar la reivindicación de tal referéndum en una reforma hacia un federalismo plurinacional. Hay muchos puntos desde los que converger sobre tal horizonte, teniendo en cuenta que Podemos ha hecho su recorrido hasta asumir la plurinacionalidad conforme a la cual el Estado debe reconfigurarse, y que el PSOE se decantó por un modelo federal, aunque necesitado de mayor concreción. No debe escandalizar querer un pacto desde esas posiciones cuando el Estado español se presenta compuesto y complejo.

Eludir el necesario reconocimiento del carácter plurinacional de la realidad política hispana es rehuir la complejidad para complicarla irremisiblemente. De suyo, Miquel Iceta, primer secretario del PSC, ha insistido en el imprescindible reconocimiento de Catalunya como nación. A tal declaración, en distintos momentos le ha sumado otras de profundo calado. En una de ellas incidió en que algún cambio habría que hacer en el artículo 2 de la Constitución; en otra, enunciada en el último comité federal del PSOE, ha apuntado a que hay que entrar en el debate sobre el referéndum, haciendo hincapié en afrontarlo como referéndum para convivir, no para separar, lo cual se compadece con estas palabras suyas: «Si no cerramos la brecha de Catalunya, perdemos Catalunya y perdemos España». Son buenas razones para abundar en cómo un derecho -de la ciudadanía a decir cómo piensa la relación de Catalunya y España- es  una necesidad -para el mismo Estado como marco político de naciones diversas, hoy por hoy muy deslegitimado en Catalunya y de ahí la necesidad de consultar a su ciudadanía-.

Si las mentes no se dejan bloquear por mitos nacionalistas y a la vez se vencen los temores a perder votos por defender un planteamiento razonable, pues lo avalan buenos argumentos que hacer valer ante una ciudadanía informada, crítica y también solidaria, la vía del acuerdo será transitable. Hay que clarificar el para qué y después el cómo, acompañando todo ello de los ingredientes de un pacto para defender derechos sociales, reconstruir Estado de bienestar, profundizar en la democracia y ganar para la política el crédito perdido a causa de la corrupción.

¿Es una fantasía posicionarse a favor de un pacto que no se puede dejar de intentar? A los que digan que lo es, queda invitarles a pensar en la pesadilla de que siga gobernando la derecha y en el bloqueo que supone negarse a un referéndum que, siendo consultivo para impulsar con acierto una reforma constitucional, no hay que identificar con un referéndum de autodeterminación al final de un proceso en el que no haya más que independencia sí o no. No es tarde para ir en Catalunya más allá de aquella pax burguesa que hoy muestra la insuficiencia que denunciaba hace décadas el poeta Gil de Biedma cuando la veía sumida en un «despedazado anfiteatro de nostalgias». Y estamos a tiempo de reorientar el Estado español hacia el futuro pudiendo decir, como el Tirant de Joanot Martorell (capítulo LIX), que más enojo produce la sinrazón que vemos alrededor, que los peligros que de la acción se siguieran.