Leer de cabeza
En 'Los diarios de Emilio Renzi', Ricardo Piglia ofrece la autobiografía de un lector que dialoga consigo mismo; vida y libros se funden en las voces del autor manifiesto y el álter ego que le permite verse como otro.
Entre los asombros de esta obra, destaco un pasaje que le he oído contar a Piglia y que yo mismo referí en un texto. Mi recuerdo de la versión oral es el siguiente. Cuando aún no sabía leer, el pequeño Ricardo se sentaba fuera de su casa en Adrogué. Cerca de ahí estaba la estación de trenes y le gustaba ver a quienes volvían del trabajo pero, sobre todo, le gustaba que los adultos pensaran que ya sabía leer.
La costumbre prosperó hasta que un hombre se acercó a decirle: "Tenés el libro al revés”. Sus ínfulas fueron sustituidas por la vergüenza.
En su comicidad, el episodio revela lo que Piglia buscaba desde el principio: leer de otro modo. El libro al revés era una anticipada metáfora de la lectura oblicua que ejercería años después en sus seminarios en la Universidad de Princeton y en los ensayos de 'Formas breves' y el 'Último lector'.
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Me acostumbré a pensar que esa imagen cifraba el destino de Piglia. Curiosamente, en 'Los diarios' se limita a decir: “Yo estaba ahí, en el umbral, haciéndome ver, cuando de pronto una larga sombra se inclinó y me dijo que tenía el libro al revés”. La comicidad funciona, pero se pierde la importancia que eso tiene para el chico. No hay mayores referencias a su ilusión de que los mayores aprecien que ya sabe leer (“haciéndome ver” alude a eso, pero con poca fuerza). Tampoco hay un indicio de que así nacía la vocación de un lector distinto.
¿Podía un narrador tan diestro como Piglia desperdiciar la escena de ese modo? Hice una pausa, propiciada por mi perplejidad y por el espacio en blanco que venía a continuación. El siguiente párrafo, hablaba de la sombra que corrigió al niño: “Pienso que debe haber sido Borges”.
El autor de 'Ficciones' veraneaba en el Hotel Las Delicias de Adrogué, así que eso era verosímil. La historia que Piglia contó tantas veces como un hecho que solo lo afectaba a él, ahora lo inscribía en la tradición.
Borges le señaló la forma canónica de leer, y Piglia lo aceptó, hasta que puso al maestro de cabeza.
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