Transformaciones en el mercado de trabajo

La revolución industrial que viene

Los nuevos tiempos pueden traer destrucción masiva de empleo y también aumento de la productividad

CARLOS LOSADA

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El paro sigue siendo uno de los factores de preocupación social: el 80 % de los españoles consideran que es el mayor problema actual. Esta visión negativa del futuro del trabajo tiene su fundamento. Es la llamada segunda revolución industrial que puede hacer desaparecer cientos de millones de puestos de trabajo en el mundo. Se ha prestado poca atención al impacto de la combinación entre la colosal potencia del procesamiento de datos y la capacidad de aplicarlo  a  robots junto al uso de nuevos materiales.

Hasta hace muy poco esa capacidad de procesar una ingente cantidad de datos era accesible solo a los grandes centros de investigación. Hoy, y mañana más, es accesible a las pequeñas y medianas empresas. En 1996, EEUU, como consecuencia de la firma del tratado para la moratoria de las pruebas nucleares, lanzó un proyecto de supercomputador para simular los efectos de las bombas de manera virtual: el ASCI Red Project. En el 2006, muchos padres se enfadaban con sus hijos porque estaban enganchados a su particular ASCI red, tan potente o más que el original: el Nintendo.

LOS ROBOTS ENTRAN EN ACCIÓN

Hace un par de años, Carl B. Frey y Michael A. Osborne identificaron que esta segunda revolución barrería miles de profesiones en ámbitos tan distintos como el de las personas dedicadas a la venta de seguros o técnicos matemáticos. En un futuro cercano, la mayoría de los trabajos industriales podrán ser hechos con robots; la construcción reducirá la necesidad de mano de obra; muchas actividades administrativas no requerirán personas… Frey y Osborne creen que en los próximos 20 años el 47% del empleo estará en riesgo de desaparecer. Pero hay más que la masiva destrucción de empleos. Esta revolución dará aumentos de productividad altísimos: con el mismo esfuerzo se podrá lograr hasta 60 veces más de lo que se conseguía hace unos pocos años. Esto permitirá excepcionales ganancias. La riqueza mundial crecerá extraordinariamente.

¿De qué depende que obtengamos los grandes réditos de esta nueva revolución y minimicemos los impactos negativos? La humanidad ya ha recorrido este camino con significativo éxito. En los países desarrollados la automatización de la agricultura y la revolución verde han conseguido que, hoy, países enteros vivamos mucho mejor alimentados (en calidad y en cantidad) y lo hagamos habiendo reducido los empleos agrícolas de más del 80% a menos de  3%. Hoy, el agricultor y los que vivimos de él trabajamos menos horas y tenemos mayores rentas.

DOS DIFERENCIAS

Sin embargo, hay dos grandes diferencias entre una revolución y otra. En primer lugar, la velocidad de esta segunda revolución es muy superior a la primera. La anterior se fue desarrollando progresivamente, a lo largo de más de un siglo. La sociedad fue reaccionando paulatinamente. Por contraposición, la velocidad de transformación actual puede ser de unos 20 años y ya ha empezado. En segundo lugar, mientras la primera revolución acontecía en Inglaterra y fue extendiéndose a otros países, hoy la revolución industrial se está dando simultáneamente en muchos lugares del mundo y en un entorno de fuerte globalización.

La nueva revolución industrial hace que las mayores ganancias queden en manos del capital en detrimento de las rentas del trabajo. Para obtener mejoras sociales y económicas para toda la sociedad en el medio plazo es indispensable un reparto importante de la renta con mecanismos eficaces que no inhiban las mejoras de productividad. Pero, ¿cómo repartir tanto las rentas como la riqueza? 

Necesitamos desarrollar instituciones y procesos análogos a los que se desarrollaron a lo largo de los siglos XIX y XX. Se requiere un sindicalismo global y libre que defienda las rentas del trabajo, se requieren instituciones para desarrollar políticas de mínimos comunes y hacerlas cumplir, como una autoridad fiscal mundial… Se requiere, en fin, una institucionalidad global que no inhiba la mejora de productividad pero que ayude a canalizar el reparto de sus ganancias: hacer lo que hicieron los países de la Europa occidental en los dos últimos siglos, pero en este caso con instituciones globales y en menos de 20 años. Además, cada Estado deberá añadir flexibilidad en lo laboral y políticas de empleo que favorezcan comportamientos responsables y una cultura de la autoexigencia: Administración, sindicatos y empresas tienen muchos deberes pendientes en este escenario. La política debe cambiar su discurso 'protector' y priorizar esas actitudes sociales como condición necesaria para la viabilidad del Estado del bienestar. Si todo ello se lleva a cabo, nuestra preocupación por el paro es innecesaria y lo que debemos preparar es una sociedad con más ocio y más posibilidades. 

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