El cronista desnudo
Durante un tiempo, Emmanuel Carrère pasó por una severa conversión religiosa, fue a misa todos los días y llevó un diario sobre el evangelio de san Juan. Tiempo después recibió el encargo de escribir un guion para la televisión francesa sobre una tema 'gore': los muertos vivientes. Sin embargo, no asoció el proyecto con el mundo 'zombi' sino con la resurrección. En forma inesperada, volvió a sus años religiosos. Ya reconvertido al ateísmo, se preguntó cómo se fragua la fe y por qué perdura la historia de Jesús. El resultado es 'El Reino'.
Esta vez no se concentra en Juan, favorito del mesías, sino en otros proselitistas: san Pablo y Lucas, el más narrativo de los evangelistas. Médico nacido en Macedonia, Lucas opera como un reportero; reúne las piezas de un mosaico disperso a partir de múltiples declaraciones y del testimonio de un testigo excepcional: Pablo de Tarso.
A Carrère le apasiona la figura de un cronista impaciente, que se entusiasma con los detalles literarios y se aburre con las disquisiciones religiosas: “Lucas no tenía en absoluto una mente abstracta. Las discordias entre personas reales, con nombre propio, conocidas por él, le interesaban […] pero las grandes evoluciones teológicas le tenían sin cuidado”.
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Curiosamente, lo que mejor define la actitud del propio Carrère está en el evangelio de Marcos. Cuando Judas encuentra a Jesús en el huerto de Getsemaní, los discípulos que lo acompañaban se dan a la fuga, pero un joven lo sigue. Se trata de un muchacho de unos 13 años que vivía en el lugar y se ha desvelado espiando a los conspiradores. Debe dormir y finge hacerlo; la noche es calurosa; está desnudo, sólo cubierto por una sábana. Cuando Judas sale con Jesús, se levanta, envuelto en la sábana. Los sigue al monte de los Olivos y ve las antorchas de los verdugos. No cierra los ojos hasta que un guardia lo descubre. Echa a correr, el soldado trata de detenerlo y solo atrapa la sábana.
Marcos narra la escena: “Un joven le seguía, sin más ropa que una sábana. Le atraparon. Pero él se zafó de la sábana y huyó desnudo”.
No hay mejor retrato del cronista: el entrometido que presencia la trama, sortea el peligro y huye sin otra pertenencia que su piel.
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