Política comercial y proceso soberanista

Alimentos contra la convivencia

El boicot activo a los productos de una colectividad refleja desprecio y hostigamiento hacia la misma

FRANCESC REGUANT

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Ocho apellidos catalanes es una comedia con buen humor. En determinado momento, parodiando una imaginaria Catalunya independiente, alguien lanza la proclama: «¡Vamos a boicotear productos españoles!». Este comentario ha sorprendido en Catalunya ya que desde Catalunya no se fomenta este boicot. Lógica y legítimamente se potencia el consumo local de proximidad, pero este es un concepto de autoestima no de agresión como es el boicot. Por el contrario, el boicot a los productos catalanes, que normalmente va dirigido a productos alimentarios, no tan solo existe sino que ha sido alentado desde importantes medios de comunicación y sugerido por políticos del nacionalismo español. Por ello, quizá sin intención, Emilio Martínez-Lázaro parece querer justificar el boicot real a los productos catalanes creando la existencia del recíproco.

Existe un boicot explícito que practican algunas personas, pero existe toel boicot indirecto. Pondré un ejemplo. Hace algunos años una prestigiosa revista del corazón ofrecía una cesta navideña que incluía vinos procedentes de una cooperativa catalana. Pues bien, las artes del Photoshop habían hecho desaparecer de la imagen el origen de las botellas. ¿Se trataba de una política comercial anticatalana de esta empresa? No, simplemente se quería no generar rechazo en un mercado español con alta sensibilidad anticatalana, dando por descontado -observación importante- que en Catalunya la reacción inversa no se produciría. En la misma dirección, los ejemplos de estrategias de las empresas catalanas para ocultar su origen y eludir el rechazo de la catalanofobia son numerosos, evitaré extenderme. Como reacción en positivo este hecho ha obligado a mirar con más interés el mercado internacional donde se logran éxitos notables. En el 2014 Catalunya exportó el 25,5 % del total español.

IMPACTO EN CATALUNYA

No existe una obligación de comprar productos catalanes, es cierto. Pero el boicot a una colectividad como acción de desprecio y hostigamiento tiene una denominación muy clara en el léxico internacional. Lógicamente, el tema no deja indiferente a los catalanes. ¿Cómo se espera que impacte en Catalunya la existencia de un boicot activo a su producción, que condiciona sus políticas comerciales y que produce un evidente daño económico?

El tema viene de lejos. La democracia abrió la esperanza para que ello terminara definitivamente, pero no fue así. Alguien consideró que fomentando la crispación contra Catalunya con campañas difamatorias obtendría más votos, y seguramente así es. Pero si el rechazo a Catalunya permite ganar votos en España, ¿cuanto tiempo se supone que tardará Catalunya en soltar amarras en busca de un entorno político distinto? Se trata de algo insólito y estúpido, inimaginable en un país sensato. El resultado está a la vista. Hace poco las filas del independentismo las ocupaban unos pocos nacionalistas, hoy lo hacen millones de ciudadanos hastiados. El nacionalismo español más rancio pasa a ser el gran promotor del independentismo catalán.

Se dirá que en Catalunya se actúa en sentido inverso. Es cierto, en Catalunya no tenemos inmunidad frente a la estupidez, pero la base de fondo habla de otra realidad. Catalunya es pueblo de acogida. El volumen de inmigrantes procedentes del Estado español ha sido extraordinario y a pesar de ello el proceso de integración merece, en general, una buena nota. Recordemos que en Catalunya se acuñó el lema «es catalán quien vive y trabaja en Catalunya». Se trataba de poner énfasis en la voluntad de ser catalán y no en el origen de la persona. La mejor prueba de ello es el origen andaluz del anterior presidente de la Generalitat, José Montilla.

VOCES AUSENTES

En Catalunya encontramos a faltar las voces que desde España pongan freno a tanto desatino. Nos gustaría escuchar a los defensores de una supuesta España plural denunciando las agresiones donde las haya, reclamando una cultura de convivencia y cooperación, contradiciendo las mentiras con datos objetivos y ofreciendo respeto ante los legítimos derechos de cada uno, aunque no se entienda muy bien por qué los catalanes tenemos la 'rareza' de hablar catalán. Establecer la relación desde la soberbia de la posición dominante es abrir un camino sin retorno, algo que desde Catalunya, desde una posición inclusiva, se ha estado alertando desde hace tiempo. Los sueños imperiales han terminado. Históricamente el dominio se ejercía bombardeando de vez en cuando Barcelona, hoy el castillo de Montjuïc es la sede del Centro por la Paz y vivimos en la UE. Es hora de pedagogía no de catalanofobia. Pero la pedagogía de la convivencia y del reconocimiento a un pueblo pacífico y democrático como es el catalán no da votos en España. Y pues…